11 Marzo 2017
Por: Roger Silva
Se cumplieron 100 años de la muerte de nuestro insigne Juan Ramón Molina y se dieron varios homenajes a su memoria por parte de varias instituciones y asociaciones culturales, desde lectura de su obra, nuevas ediciones, exposiciones de sus libros hasta visitar su monumento en el parque La Libertad de Comayagüela.
Ahora, en abril, se conmemora su aniversario natal, pues nació un 17 de abril de 1875 y parece que nadie lo recuerda al no escucharse ni ver nada al respecto en los diferentes medios de comunicación por parte de sus admiradores.
Al parecer, esa apatía viene desde siempre, según dice la publicación “Juan Ramón Molina, su vida y su obra”, libro que me obsequiara el recordado don Héctor Elvir Fortín (QDDG), quien fue miembro activo del comité promonumento a Juan Ramón Molina.
Dice en uno de sus capítulos denominado Lo que dijo don Fausto que “no existe en la prensa de entonces la menor huella que atestigüe su paso por estas serranías, salvo el recuerdo de su inteligencia, de niño precoz, amigo de quebrar a pedradas los tejados de las casas de Comayagüela”, afirmando también que la verdadera patria intelectual del poeta hondureño fue Guatemala. Allá llegó en 1889; a los 14 años y encontró cariño y corazones ampliamente generosos.
Y sigue contándome esta extraordinaria publicación, que “uno de los primeros periódicos editados en Guatemala, era publicado por cuenta propia del poeta, “El Bien Público”, desconocido hasta la fecha en Honduras”.
Y es que así como es desconocido mucho acerca del gran Molina, es poco conocido su busto en el cementerio General de Comayagüela así como también se ha desconocido al autor de este, en el lugar donde descansan sus restos mortales.
Juan Ramón Molina murió en la ciudad de San Salvador, después de una vida azarosa y creativa, de amores y sinsabores, de placeres y de arrobo, como exigía la vida suelta de los artistas de la época, imagen bohemia que algunos creen que subsiste hasta hoy en los escritores y artistas de toda índole.
Pero el rollo es que si los artistas de la época de la repatriación de los restos de Molina a Honduras trataban de llevar una vida entre bohemia y conservadora, como es el caso del autor del busto a Molina en el cementerio General, don Armando Pérez Sánchez (QDDG), maestro de la Escuela de Bellas Artes durante el periodo 1948 al 1958 de las asignaturas de artes aplicadas (diseño, carpintería, ebanistería, decoración, escultura religiosa) además de dibujo lineal y libre, pintura, cerámica, tallado en madera y escultura, era una persona muy querida y distinguida por sus alumnos pero marcado por sus tormentos al perder una de sus piernas en un accidente casero, producto de su inconformidad al sistema, tal como Molina.
Armando Pérez Sánchez, hermano de mi madre Carmen Pérez de Silva y de mi tía Clarita Pérez de Sánchez me cuentan que había sido nominado para una beca a España; pero que su predilección por la bohemiada le llevó a perderla, asignándosele esta beca a uno de sus más cercanos amigos el artista Miguel Ángel Ruiz Matute, ahijado de Arturo López Rodezno, director de la escuela y entregado en tutela al mismo por el general F. Martínez Fúnez, según pude ver en los archivos de la escuela que muy gentilmente me permitieron acceder sus directivos Dino Fanconi y Rafael Cáceres.
Era un grupo de jóvenes entre los 14 y los 17 años el que visitaba la casa de mi abuelo el general de cerro don Alejo Pérez, la casa quedaba a pocas cuadras de la escuela y en sus ratos libres llegaban a comer y descansar Arturo Guillén, Dante Lazzaroni, Tesla Bardales, Ruiz Matute, Arturo Luna y Moisés Becerra entre otros.
En la gráfica Mario Hernán Ramírez -presidente vitalicio del Comité Cultural JRM, admirando la obra del artista Armando Pérez Sánchez (Q.D.D.G.), en la proximidad del 60 aniversario de su inauguración en el cementerio General de Tegucigalpa, ceremonia realizada en 1958.
Me impresionó el orden y el celo con que se guardan los diferentes tomos de los archivos de la escuela, que a pesar de que algunos están dañados por el Mitch aún se puede encontrar información de cómo era la incipiente actividad artística de la época, notas de personajes como Graciela Bográn, Felipe Elvir Rojas, embajadores y publicaciones importantes de la época, donaciones, peticiones de apoyo y nombramientos cuentan una historia muy interesante y es aquí donde también encontré que por decreto del presidente Villeda Morales se le encomendó al maestro Armando Pérez Sánchez, la producción y el diseño del busto que hoy se encuentra en el cementerio General de Comayagüela, tristemente olvidado y deteriorado en medio de otras tumbas y mausoleos abandonados por sus propietarios, quienes se cansaron de remozarlos año con año ante el descuido de las autoridades que administran esta joya histórica de Comayagüela.
Estas fotos que ilustran este artículo, las tomé yo mismo en medio de las muchas recomendaciones que me hicieron de que podía pasarme cualquier cosa por la inseguridad y delincuencia que impera en esta zona.
Me advirtieron que no era conveniente irme en carro, radiotaxi me dijo que no hacían carreras a esta zona porque la consideran de alto riesgo y al final el taxi particular que me llevó me dijo que no me podía esperar allí, que pasaría en media hora y que por favor estuviera listo pues también cuenta que es un peligro para los taxistas hacer carreras al cementerio General.
El busto de Molina está lleno de moho, laceraciones y se nota que la última vez que lo pintaron fue con cal, las dos piezas que unidas conforman el busto (técnica de vaciado en marmolina con moldes) se están separando por la falta de mantenimiento y está rodeado de vegetación silvestre que ha crecido a su alrededor así como de excremento humano dejado por personas que hace mucho perdieron su identidad, así como sus padres al venirse a una ciudad que no les ofreció mejores derroteros, pues según me dijeron los que trabajan en el cementerio los que vienen a hacer sus necesidades fisiológicas son algunos de los comerciantes que están alrededor del cementerio así como peatones que lo cruzan para acortar camino entre las diferentes barrios y colonias que le rodean y que hasta boquetes han abierto en diferentes partes del muro perimetral.
Y bien ¿qué vamos a hacer con los últimos deseos de Juan Ramón Molina, de descansar en la ciudad que tanto amó? Haga sus conclusiones y avíseme. (Colaboración: Elsa de Ramírez)