04 Febrero 2017
Por: Juan Ramón Martínez
Para este año, ya se habían producido las raíces sobre las cuales se desarrollaría la guerra de 1969 con El Salvador. Pocos anticiparon el lento, pero constante deterioro de las relaciones entre los dos países. En la Cancillería de Honduras no se le daba importancia a la información de Virgilio Gálvez sobre el sigiloso proceso salvadoreño por mejorar sus equipos militares. Honduras, dirigida por López Arellano, se había opuesto a la ratificación de un tratado migratoria que le habría servido al gobierno de El Salvador, para manejar los excedentes de población que se dirigían hacia Honduras en donde, “tierras de pan llevar”, esperaban la mano acuciosa de los labradores que hacía falta en Honduras. El clima de relaciones, especialmente en la Costa Norte entre salvadoreños y hondureños eran bastantes normales. Y los periódicos salvadoreños El Diario de Hoy, La Prensa Gráfica y El Mundo circulaban en toda la frontera. En Langue, Valle, costaban 10 centavos de lempira el ejemplar. En cambio los diarios hondureños no circulaban, por esos lugares, y solo eran obtenidos en Tegucigalpa, por parte de los viajeros interesados en este tipo de publicaciones. Allí mismo, en Langue circulaba cada sábado, el semanario Futuro que hacia mimeografiado el director del colegio John F. Kannedy, con el profesor Carlos Laínez y los alumnos, entre los que destacaban, Ernesto Gálvez, Carlos y German Tovar.
En Tegucigalpa, las escuelas radiofónicas habían tomado singular impulso, en la medida en que la Presidencia de las mismas estaba en manos de Jorge Fidel Durón y la dirección a cargo de Fernando D. Montes Matamoros. Los insumos ideológicos más importantes fueron las teorías de DESAL (Desarrollo de América Latina) de Chile que, trajo al sacerdote jesuita belga Roger Beckman que, en el curso que ofreció en Tegucigalpa, presentó la teoría de la marginalidad, una explicación desde las visiones cristianas del atraso y el subdesarrollo de los países de América Latina. Entre los educadores de las Radiofónicas ya se conocía, para entonces, la “Pedagogía del Oprimido” y la “Educación como práctica de la libertad” de Pablo Freire, donde en sus tesis se abría paso que la educación, mediante el descubrimiento de la realidad por los alumnos, era una ruta inevitable hacia la libertad. Que animaba a la organización y a la acción. Y para formar los monitores (campesinos alfabetizados) que usando la radio daban clases los campesinos analfabetos, la Iglesia Católica creo, con apoyo de Miserior especialmente de Alemania, varios centros de capacitación: La Colmena en Choluteca que abrirá sus puertas el año siguiente, después la Fragua de Progreso, Las Milpas de Pinalejo Santa Bárbara y Santa Clara de Juticalpa Olancho. La organización popular, emparentada con el desarrollo de la comunidad, había recibido un fuerte impulso por la creación de las cooperativas de ahorro y crédito, mismas que el año anterior habían organizado Facach, Federación de Asociaciones Cooperativas de ahorro (abril 1966). Contaba esta organización con el apoyo de Cuna Mutual, entidad radicada en Estados Unidos que por medio de AID, en Tegucigalpa, tenían una red de promotores entre los cuales recordamos a Ramón Velásquez, Antonio Casasola, Rubén Fuentes y Antonio Rodríguez, entre otros. Y Orlando Iriarte, era vocal de la Facach. Para entonces un fenómeno sutil, pero desastroso para el país y contradictorio con los esfuerzos que se hacían, se había agudizado: la movilización de la población del campo a la ciudad. Las ciudades que más crecían por esta inmigración eran San Pedro Sula y Tegucigalpa que, dos años antes, en 1965, habían inaugurado la primera y más larga carretera pavimentada del país.
En el mundo, la revolución cubana seguía siendo una esperanza para varios sectores que creían que la única solución para enfrentar los problemas de la pobreza, el subdesarrollo y la dependencia, era la revolución armada. El Partido Comunista de Honduras, de obediencia soviética, se oponía a la revuelta armada, mientras Cuba empujaba a algunos grupos a aventuras catastróficas, sin resultados positivos. La Iglesia Católica en Roma abrió las ventanas al mundo, tres años antes con la convocatoria del Segundo Concilio Vaticano, encabezado por el Papa Juan XXII. Los clérigos que trabajaban en las parroquias, la mayoría extranjeros para entonces, fueron más sensibles que los hondureños ante los planteamientos que venían de Roma. Destacaba entre todas las regiones, la prelatura de Choluteca, encabezado por Marcelo Gerin que para entonces ya había creado posiblemente el movimiento eclesial más importante de la historia: eclesiástica del país: la Celebración de la Palabra, en que campesinos de probada conducta personal, sustituían dominicalmente ciertas funciones sacerdotales como la les lecturas bíblicas, la aplicación de las mismas a la realidad que estaban viviendo en sus comunidades acosadas por la pobreza. De forma que el calendario eclesiástico seguía los procesos agricultores, sus tiempos y sus afanes. Y en segundo lugar, Olancho bajo el liderazgo del de Monseñor Nicolás D´Antonio. Para el año siguiente se había anunciado la visita del Primer Papa a América Latina. Pablo VI, sucesor de Juan XIII, aunque había frenado, los alcances más fuertes del Vaticano II, — según sostiene Hans Kung– se interesaba mucho en los pueblos del mundo e iba realizar el primer viaje de un pontífice a América Latina.
En Tegucigalpa, jóvenes católicos se movían por todo el país, ofreciéndoles a los campesinos cursos de motivación para que se involucraran en la solución de sus problemas comunales, mediante la organización y utilización de sus propios recursos. Resaltaba el orgullo y la fuerza de los pobres y oponía a la dependencia del gobierno, la imaginación creativa de aquellos, cuya capacidad todavía era mucho más limitada. La Iglesia Católica había popularizado el método de ver, juzgar y actuar. Y entre los sacerdotes más próximos a las realidades políticas del país, así como los jóvenes que trabajaban en diferentes partes del país, empezó circular que el modelo de capacitación y organización, debía derivar en la creación de un partido político que encarnara las verdades del evangelio en el corazón de la vida partidaria. Los dos grandes partidos políticos, lucían fuertes y difíciles de vencer, después que habían superado las crisis de 1954 (los nacionalistas) y 1965, (los liberales, rechazando la izquierda democrática). Con todo, se creía que el país estaba listo para el cambio y que los hondureños la mayoría católicos, apoyarían al nuevo órgano político creado para facilitar la incorporación de los marginados en la vida socio económica y lograr al final la integración del país, alrededor de otros parámetros. No se conocían entonces las fuerzas que unían a los pobres con el liderazgo de los partidos tradicionales, con el que intercambiaba favores y eran dependientes suyos, especialmente en las dificultades inevitables de la vida precaria. Los caciques hacían favores y los pobres, respondían con la adhesión partidaria, pagando con sus votos y siguiendo las instrucciones de los pequeños caciques locales. En tanto los social cristianos que, además de no entender esta dinámica, creían mucho más allá de lo razonable en la independencia de los campesinos para liberarse de las ataduras mencionadas y crear un partido político con el cual integrarse en la conducción de la sociedad.
A finales de junio, la embajada Estadounidense en Tegucigalpa, organizó un grupo de hondureños para que, con colegas de Centroamérica y el Caribe, asistieran a Nueva Orleans, a un curso para la formación del nuevo liderazgo que requeriría la democracia que ellos veían que empezaba a fortalecerse. Por Honduras, asistieron Adalberto Discua Rodríguez, Rafael Ramos Rivera – alcalde municipal de Olanchito – Leonardo Galindo Castellanos, Jorge Morales, secretario general del Sitraterco y Juan Ramón Martínez, que entonces era el director del instituto de secundaria de Langue, Valle. De este grupo salieron dos ministros (Discua y Martínez) y de todos los participantes de Centroamérica y el Caribe, un presidente de la República (Vinicio Cerezo), un fiscal general, Pirm Pujals que destituyó al presidente dominicano Jorge Blanco, y varios diputados, presidentes de la Asamblea Legislativa en El Salvador y ministros en Panamá.
En octubre de 1967, fue capturado en la quebrada del Yuro, combatiendo contra las tropas de Gary Prado, Ernesto, “el Che Guevara”, el que día siguiente fuera asesinado en la escuela de la Higuera, con ello el modelo de la guerrilla como vía para acceder al poder, recibió un severo golpe. Al año siguiente, Rosendo Chávez viaja a México, de donde trajo el diario del “Che Guevara”. Y en el mundo se crean las condiciones para la gran revuelta estudiantil, que se iniciara en París en mayo 68 y que tendrá efectos importantes en México, la muerte de Martin Luter King y en otras ciudades del mundo. Por todas partes había el sentimiento que la juventud debía perder el miedo y que debía irrumpir en la vida política para cambiar la sociedad. Marcuse, Althuser y Gramci, eran los ideólogos marxistas. En Honduras en 1967, Enmanuel Mounier era estudiado con enorme intensidad por los que empezaban a reconocerse como social cristianos y la frase del pensador francés, director de Sprit, “ante el desorden establecido, la revolución necesaria”, se veía como un imperativo categórico para orientar sus acciones. Un año después, establecerían el compromiso para crear el movimiento que daría vida al Partido Demócrata de Honduras. 14 hombres – cinco egresados de la escuela Superior del Profesorado— tres de la UNAH; un dirigente campesino, dos activistas sociales, un dirigente laboral y dos dirigentes comunitarios. Para entonces, Gabriel García Márquez, había publicado a mediados de ese año la primera y la segunda edición de Cien Años de Soledad.