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La lucha anglo hispana por Mosquitia

07 Febrero 2017

 

La lucha anglo hispana por MosquitiaPor: Troy S. Floyd

Con excepción de algunos sitios como las riberas de los ríos, la práctica de la agricultura en esta región es precaria y desalentadora. Fuertes lluvias disuelven los suelos, engrosan los ríos y la vegetación de la jungla ahoga los cultivos alimenticios menos resistentes, como el maíz y el cazabe (yuca).

Los pocos miles de habitantes que lograron sobrevivir aquí se adaptaron a la naturaleza: se alimentaban de bananos y de cacao silvestres, cazaban la danta o tapir, el cerdo de monte y el venado en las sabanas, arponeaban el pescado, el manatí y las tortugas de los ríos, las lagunas saladas y los bancos tortugueros de agua caliente o a lo largo de las costas. Para sobrevivir el hombre tuvo que hacerle frente al reto del medio ambiente, agudizar su vista y perfeccionar su puntería con la lanza, la jabalina y el arpón, así como adquirir destreza con el remo y el canalete.

Mientras andaban errantes en la jungla se adiestraron para moverse rápida y silenciosamente, estar siempre alertas contra las embestidas del ocelote, el jaguar o el gato montés y, al mismo tiempo, a ignorar la distracción que ocasionaban los alaridos de los monos encima de sus cabezas.

Cuando remontaban los ríos en sus canoas debieron aprender a dominar lagartos y cocodrilos, abatirlos con lanzas y atarlos con lianas de enredaderas. En el mar, navegando hacia los bancos de tortugas, se vieron obligados a conocer el manejo de los cayucos y nadar en aguas tempestuosas y revueltas, arponear tiburones, al pez sierra y la tortuga.

En pocas palabras, se adaptaron al medio ambiente hostil y salvaje que los moldeó a semejanza propia. Se tornaron duros, temerarios y agresivos cazadores y guerreros, despreocupados de irritaciones menores como la picadura de las garrapatas, del jején y gusanos que por ellos solos bastarían para desalentar a la mayoría de los hombres civilizados en sus intentos de colonización.

A causa de su agresividad, de su vida nómada y depredatoria llegarían, y aún se abrirían paso dentro de la línea fronteriza mucho antes de que la gente sedentaria y culta que habitaba al Sur se sintiera motivada a entrar en contacto con ellos.

Pero incluso al Sur de dicha frontera se hallaban limitadas las condiciones favorables a la estabilidad de la civilización. En sus mejores días la antigua cultura Maya se había extendido de Chiapas hasta la parte occidental de Honduras mezclándose con tribus afiliadas que vivían tan lejos como el Este de Nicaragua.

Pero alrededor del año 1000, probablemente a raíz del agotamiento de la tierra, la civilización Maya principió a decaer y a disolverse. Durante los trescientos años subsiguientes, del noroeste y sudeste nuevas tribus emigraron hacia Centroamérica en dos oleadas principales. Los Uto-Aztecas llegaron de México, estableciéndose –gradual y amigablemente- -a lo largo del litoral del Pacífico, desde Soconusco hasta Costa Rica, y formando colonias entre los antiguos residentes sin desalojarlos.

Constituyeron islas culturales al Sur en Guatemala y al Oeste en Honduras y, hacia la época de la Conquista se habían convertido en la tribu dominante de los Pipiles en El Salvador, situadas en la parte occidental del río Lempa.

Los indios conocidos como Nicaraos se asentaron más al Este entre los ya existentes pueblos de los llanos de los lagos de Nicaragua. Otros formaron pequeñas poblaciones en Costa Rica, cerca de la costa del Pacífico.

Mientras estas nuevas tribus se desplazaban a lo largo de la costa, los Mayas emigraron hacia el Norte hasta Yucatán dejando atrás sus moribundos Estados-ciudades y los vestigios de tribus tales como los Maya-Quiché, los Cakchiqueles, los Choles en las tierras altas de Chiapas y Guatemala, y los más incultos Lacandones en los llanos del Petén.

Sin embargo, este desplazamiento solamente alteró la demografía y la cultura de la región al Sur de la línea fronteriza, la que se hallaba todavía habitada por miles de indios sedentarios y relativamente pacíficos que jamás contemplarían la idea de abandonarlos huyendo hacia tierras salvajes, ni aún bajo la amenaza de un invasor con poderío militar superior.

Más o menos al mismo tiempo, las tribus indígenas de las costas de Colombia y Panamá, al sudeste, emigraron hacia el noroeste por las playas del Caribe centroamericano1.

Se les conocía como los Sumus, pertenecían a la cultura chibcha y hablaban varios dialectos emparentados con la lengua Chibcha de Colombia.
Pero muy al contrario de estos relativamente pacíficos indígenas, los Sumus se caracterizaban por ser bárbaros y belicosos. Con sus largas lanzas y sus flechas envenenadas formaban junto con los Caribes –con quienes posiblemente estaban entroncados- un cordón hostil a lo largo del borde Sur del mar Caribe, desde Venezuela hasta Yucatán.

Dilataron la conquista española en Venezuela y Colombia, la desviaron en Centroamérica; a fines del período colonial esta barrera había sido transformada aunque no rota en varios lugares, tales como la costa de Nicaragua y parte de la costa de Honduras.

A medida avanzaban hacia el noroeste, algunos tributos penetraron en el interior de Costa Rica y eventualmente fundaron pueblos de casas de techo de paja a lo largo de las riberas de los ríos.

En los siglos subsiguientes estas tribus resistieron tanto a las redadas de esclavos como a los misioneros pero poco a poco fueron dispersados en cantidades reducidas hacia lo cerrado de las altas montañas de Costa Rica. Los españoles los llamaban Talamancas.

lucha1

No obstante, en Nicaragua otras tribus Sumu ocuparon las bocas de los ríos, incluyendo el Maíz, Rama, Bluefields y Río Grande; los Sumu más poderosos obligaron a los más débiles a migrar hasta el interior, donde subsistían en la sabana tropical y entre los bosques de pino. Los españoles llamaron Caribes a estas tribus del interior pero solamente unos pocos demostraron tener las cualidades que hacían que el nombre Caribe fuera sinónimo de la ferocidad y el valor que caracterizaba a las tribus de Venezuela y las Antillas Menores. Más bien eran débiles y maleables.

Durante el período colonial español se verían golpeados entre el martillo de los Sumu de la costa y el yunque español en la frontera.

Con todo, otras tribus también lograron llegar hasta Cabo Gracias a Dios en la desembocadura del Wanks, el río más largo de Centroamérica.

Algunas se establecieron allí, otras se abrieron camino hasta las costas de Honduras. Una de las tribus –a la que los españoles nombraban Lencas- penetró hasta el interior, donde hizo contacto con los Mayas y con los indios Pipiles en el altiplano. En la época de la conquista española los Lencas ya habían adquirido algunos rasgos de cultura sedentaria.

La costa estaba ocupada entonces por dos tribus –los relativamente pacíficos Jicaques, quienes vivían entre el río Tinto y el Ulúa, y los más belicosos Pech (antes denominados Payas), establecidos entre el río Negro y el Cabo Gracias.

Fue en este último sitio donde se asentó la más poderosa tribu de los Sumu. Desde allí amplió más tarde su influencia sobre los demás Sumu hasta poder afirmar, sin exagerar, que en el siglo XVIII llegó a gobernar un reino de 10,000 súbditos.

Sólo que después del siglo XVII la tribu vino a ser conocida con el nombre de Sambo-Misquitos y esta transformación y ascenso es un importante eslabón íntimamente entrelazado con la historia más amplia de la rivalidad Anglo-Hispana en Centroamérica.

La lucha anglo hispana por Mosquitia