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DON PEPE UN ÁNGEL SIN ALAS

31 Diciembre 2016

 

DON PEPE UN ÁNGEL SIN ALAS

Por: Carmen Stella Van den Heuvel

Con el reciente fallecimiento del Comandante Fidel Castro Ruz, Cuba se ha puesto de relieve en todos los medios. A nosotros llegó un cubano maravilloso, que dejó grandes lecciones de desprendimiento y generosidad.

No se conocen muchos detalles de la vida personal de don José Barroso, mejor conocido como Don Pepe, él siempre fue muy reservado al respecto, pero se sabe que mientras su amigo de infancia, Huber Matos Benítez, escritor y comandante de la 9ª. columna de la Revolución Cubana, luego del triunfo de esta, fue acusado de sedición y encarcelado desde 1959, por no estar de acuerdo con el giro que había cobrado la revolución, mientras que él corrió con mejor suerte al salir exiliado.

Inicialmente salió hacia España, de donde junto con 13 paisanos más, posteriormente llegaron a Tegucigalpa, un 2 de abril de 1960. Honduras simplemente era una escala más para el destino final: Estados Unidos, inicialmente había planeado radicarse en ese país, aprovechando que allí vivían algunos de sus familiares.

De ese grupo de 14 cubanos, solo 13 abandonaron la nación Centroamericana, por alguna razón su visa de salida se había demorado, por otro lado, Don Pepe siempre había soñado con un lugar tranquilo para vivir, la verdad que con su don de gentes muy pronto se ganó el corazón de los hondureños al tiempo que él se dio cuenta que aquí había encontrado lo que había deseado por tanto tiempo, así es que desistió de su viaje al país del norte.

Ahora tenía que ingeniárselas para poder subsistir solo en un país extraño. Lo que mejor sabía hacer era cocinar, sin duda alguna lo hacía muy bien, tenía muy buena sazón. Aprovechando esta habilidad, por años desde muy temprano se situaba en el pasadizo del restaurante Víctor (desaparecido ya) que administraba un ciudadano chino, frente al Hotel de Las Américas, en el centro de Tegucigalpa, donde se ubicaba con un canasto lleno de sándwiches cubanos, tortas y termos de café, para atender a los oficinistas camino a sus trabajos.

De esa forma, reunió un pequeño capital que le permitió abrir su primer “Merendero Don Pepe” los que años después se hicieron tan famosos. Fue allí, donde precisamente doña Merceditas Andino vino a trabajar hace ya más de 30 años. Había conocido a don Pepe como clienta, ella acostumbraba a parar en su puesto a comprarle uno de sus deliciosos sándwiches y una taza de café, antes de llegar a donde laboraba, aquello se había convertido en un ritual.

Pero un día se quedó sin trabajo y Don Pepe la acogió en su merendero, apenas si tenía dos meses de haberlo abierto al público. “Al comienzo nos tocó luchar mucho, no había nada, no teníamos clientes, entonces él, -Don Pepe- comenzó a poner ofertas, por un lempira te daba un licuado con una hamburguesita; pero antes un lempira era un lempira, ahora un lempira ha de valer como cinco centavos. Aquí luché con él, y aquí me quedé”.

Continuando con su relato, Merceditas nos cuenta: “Al siguiente año, ya la situación mejoró, fue entonces cuando comenzó a pensar en los niños, Don Pepe dijo que en lugar de pagar publicidad, mejor iba a ayudarle a los niños pobres. Así comenzó el segundo año de abierto su establecimiento, celebrando el Día del Niño. Compró pelotitas, carritos, galletas, confites y otros juguetes, en fin, de todo lo que él podía”.

“Eso fue en 1976, porque yo entré en el 1975. Luego ese mismo año celebró la Navidad; a continuación en mayo, les celebró a las madres, en especial a las viejitas que por lo general terminan olvidadas y abandonadas por sus hijos.

De igual forma organizó celebraciones a varias instituciones, por ejemplo el Día de la Enfermera, u organizaba celebraciones para los viejitos de los asilos, Don Pepe siempre iba a dejarles manzanitas, comidita, cosas especiales para los viejitos, él era muy humanitario”.

“Pero no solo con la gente de afuera fue tan espléndido, también con los empleados siempre fue muy justo y no escatimaba esfuerzos para ayudarnos con nuestros problemas personales.

“Conforme nos iba yendo bien, él comenzó a instaurar la costumbre de celebrarle a los demás, todos los años, pero la verdad es que a veces era a diario, porque a diario venían aquí a pedirle y nunca les decía que no. En lo que él pudiera, siempre les ayudaba, aquí venía gente, que se le había muerto la mamá, que no tenían para el ataúd, o para el transporte y él siempre les decía “ten mijo, ten, ayúdate”.

“Él era muy bueno, muy humanitario, tal vez porque no era hondureño, porque aquí hondureños como él no hay, todo mundo está pendiente de que todo sea para adentro, para su bienestar, pero no para los demás”.

La verdad es que no solamente atendía a los viejitos y a los niños, sino que siempre atendía a diversos grupos, lo mejor que podía. La gente pensaba que él era una suerte de potentado que le sobraba el dinero, nada menos cierto, de hecho algunas veces cuando se acercaba alguna celebración, se angustiaba al saber que no tenía dinero, pero para no defraudar a los que esperaban algo de él, acudía a préstamos en el banco del “Ahorro Hondureño”, los que quedaba después, pagando religiosamente mes a mes.

Su hijo mayor Hugo, técnico de televisión y Jorge Barroso Moncada quien también se dedica a los restaurantes, hijos de un primer matrimonio, están radicados en Estados Unidos, donde tratan en lo posible de seguir las enseñanzas de su padre.

En nuestra tierra, conoció al segundo amor de su vida, doña María Elsa Ramos, con quien se casó y tuvo dos hijos, Franklin José y María Esther Barroso Ramos, de aproximadamente 30 y 22 años respectivamente. Doña Elsa ha sido una incansable trabajadora, de hecho se puso al frente de sus restaurantes los tres últimos años, cuando una penosa enfermedad le impidió a Don Pepe seguir con su trabajo.

Llegó a tener cuatro merenderos, quizás los más conocidos. La Terracita y la Terraza, esta última fue cerrada en el 2011 y estaban a la espera de conseguir un local más grande que les permitiera ampliar su servicio, pues de todo aquello solo había quedado dos locales, pero los dos eran pequeños, para atender a su numerosa clientela.

Don Tony Low, (Antonio Longas) periodista colombiano que estuvo radicado en Honduras por muchos años, disfrutó del afecto de Don Pepe, con quien mantuvo una estrecha amistad. Él recuerda que: “Al mediodía era casi imposible poder entrar a alguno de sus restaurantes, siempre estaban a reventar y como no iba a ser así, si la comida era abundante y muy sabrosa y los precios bajos, los cuales sostuvo por mucho tiempo, esta era una de las diversas maneras que él tenía de ayudar a la gente. Recuerdo que cuando llegaban personas de la tercera edad, le ordenaba a la administradora que no les cobrara el pedido”.

“Yo mismo fui beneficiado por su bondad, nos cuenta don Tony, cuando mi esposa se enfermó nos fuimos de regreso a Colombia, en procura de encontrar un alivio para sus dolencias, desafortunadamente, la muerte la reclamó, entonces regresé a Honduras, en muy malas condiciones económicas, debido a los costas del tratamiento de mi adorada esposa. Un día visité a mi amigo José Barroso, con la necesidad de compañía.

“Sin habérselo solicitado, -luego me enteré- que le había dado la orden a todos los administradores de sus restaurantes, incluido el de su hijo Jorge, El Chalet, de que cuando me vieran, no me cobraran y que atendieran lo que pidiera, de forma indefinida. Realmente fue de gran ayuda, nunca tendré como agradecerle ese gesto de verdadero amigo”.

Don Tony recuerda que otro excelente amigo, con quien compartía interminables conversaciones, fue el también colombiano, conocido como “Bototo” quien hacía causa común en sus cruzadas y los favores iban y venían, de forma gratuita e incondicional. Hoy los dos se han vuelto a reunir en el cielo, seguramente allí habrán reanudado sus largas pláticas.

Con nostalgia lo recuerda como el hombre de estatura baja, menudo, casi siempre vestido con pantalón claro y guayabera impecable, se llenaba los bolsillos de su camisa con billetes de 1, 2 y 5 lempiras que repartía con alegría entre la gente necesitada que encontraba a su paso por la peatonal.

Tenía tanto carisma, que logró coleccionar amigos en todas partes. Despertó tal admiración y cariño, que inspiró al cantante hondureño, radicado en Estados Unidos, Willy Brant, a componerle canciones y al poeta Francisco Mondragón Rice a escribirle un sentido poema. La lista de amigos es impresionante, entre políticos, periodistas, militares, policías, artistas y ciudadanos comunes y corrientes, que no sería justo mencionar solo a algunos de ellos y dejar fuera a otros. Siempre había un saludo cordial, una sonrisa, un buen deseo a su paso y eso era un verdadero gozo para él.

Recién se inauguró la Teletón, sus amigos propiciaron un concurso entre la ciudadanía, para saber cuál de los dos personajes era más popular, Don Pepe o don Rafael Ferrari, y fue el primero quien ganó con amplio margen.

Esto no era de extrañar, desde que se inauguró la Teletón, solidario con todos los que trabajaban en la madrugada de viernes a sábado: técnicos, camarógrafos, periodistas, presentadores y artistas, los premiaba con un rico desayuno que él mismo llevaba junto con sus empleados al set, sin cobrarles un tan solo centavo, esa era parte de su contribución, luego aparecía la donación por 1,000.00 lempiras a nombre suyo y otros 1,000.00 que decía le había dado alguno de sus amigos, en una ocasión los dona nombre de don Tony Low, pero lo hizo por iniciativa propia.

Entre sus amigos cubanos, podemos mencionar a Céleo González, contante de la Sonora Matancera; a Huber Matos y a Anita Gómez Romero, nieta del general Máximo Gómez, compañero de lucha de José Martí, quienes lo visitaron en Tegucigalpa, un poco después de que se había nacionalizado como ciudadano hondureño.

Cada vez que lo visitaban sus compatriotas, se ponía al frente de las cacerolas para preparar su famoso congrí (arroz con frijoles y carne de cerno) y yuca con mojo de ajo y otras exquisiteces de la cocina antillana que disfrutaba con sus amigos.

Luego de su exilio, solamente una vez pudo regresar a Cuba, gracias a las gestiones del gobierno que solicitó el permiso, pero siempre tuvo el dolor de no haberlo podido hacer en el momento que más lo había deseado. Hace años, cuando atendía una entrevista en el noticiario Abriendo Brecha, con don Rodrigo Wong Arévalo, le fue notificada la muerte de su madre, doña Amalia Ortiz, quien había fallecido en la más absoluta pobreza, porque el régimen jamás le permitió salir del país, ni a sus hijos regresar a visitarla. Este fue uno de los capítulos más tristes en la vida de don José.

Al parecer su corazón se dividió en dos, era hondureño por naturalización y por el gran cariño que le tenía a esta tierra que lo había recibido tan bien, pero no olvidaba su origen. Él fue un furibundo seguidor de José Martí, el poeta, escritor y mártir cubano del siglo XIX con cuya ideología se identificaba plenamente.

Es por eso cada 19 de mayo le rendía tributo, por lo general organizaba un pequeño desfile con la escuela que lleva el nombre del mártir y algunos de sus amigos lustrabotas del parque Central, con quienes le colocaban una ofrenda floral a los pies del busto del “apóstol de América” que está en el parque “La Libertad” de Comayagüela.

Su fama de altruista se corrió por todo el país, como reguero de pólvora, a diario lo venían a buscar de los rincones más remotos, en busca de alguna ayuda que les aligerara sus necesidades, pero sus amigos se convirtieron en sus agentes protectores, quienes a menudo investigaban a los solicitantes, para corroborar que su petición era genuina y para evitar el riesgo que don Pepe fuera víctima de un timo.

¿Quién no conoció a este emblemático samaritano? ¿Quién no disfrutó de su comida en uno de sus merenderos o en la Terraza de Don pepe? Su carisma y bondad fueron legendarios.

Dicen que uno de sus sueños fue el de ser periodista, específicamente locutor, pero su pobreza no le permitió seguir estudios formales. Quizás por ello, empatizaba con los comunicadores y dentro de este gremio contó con grandes amigos.

Él siempre estaba pendiente del día del locutor o del periodista, siempre había espacio para ellos en sus restaurantes y recibían de su dueño atención de primera además de su cariño, a su vez, ellos le correspondían con gratitud y admiración y no escatimaban espacios en la radio, la televisión o la prensa para pregonar su admirable preocupación por los demás y su fina atención en sus restaurantes.

Esta nota no estaría completa si no recordáramos el episodio del robo de la imagen de la virgen de Suyapa. Estamos hablando del segundo, ya que el 12 de abril de 1936, una enajenada mental, llamada Dolores Chávez Corpiño, sustrajo la imagen de la virgencita y se la había llevado para su humilde vivienda, donde al día siguiente fue recuperada.

A mediados de 1986, las cosas no fueron tan sencillas, delincuentes se introdujeron a la iglesia para apoderarse de sus vestimentas bordadas con piedras preciosas y su corona de oro, luego temerosos de la reacción de la población, envolvieron la pequeña imagen en periódicos viejos y la fueron a tirar en uno de los sanitarios de varones del restaurante La Terraza de Don Pepe.

Allí fue hallada por el administrador del restaurante, José Cárdenas, quien lo notificó a su jefe. Don Pepe, quien informó a su vez a las autoridades del hallazgo. Aquel baño dejó de serlo, y desde entonces se convirtió en un pequeño santuario, donde se colocó una placa.

El padre Alonso Tejeda Suazo párroco de la catedral y el ahora Cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, llegaron hasta el local, donde oficiaron una misa de acción de gracias, por haber recuperado a la patrona de Honduras. Cuentan que las calles estaban abarrotadas de feligreses, y que todos querían verla y tocarla. Fue sin duda un hecho extraordinario.

Aquel capítulo se cerró con la captura de los presuntos hechores, Manuel Rainiero Gómez y Ana María Asturias (a) “Cinthya” en la ciudad de San Pedro Sula. También se mencionó a Ramón Cáceres y Olga de Cáceres como los presuntos autores intelectuales.

Por gracia de Dios, Don Pepe, pudo vivir una vida larga y feliz, (89 años) dedicado a los demás, siempre decía que el que no era capaz de compartir una simple tortilla con los demás, no era en absoluto rico, sino por el contrario miserable.

Murió el 22 de septiembre de 2011, fue enterrado en el cementerio Santa Cruz Memorial, al son de la música cubana, que tanto disfrutó en vida, pero el espíritu de su obra sigue viviendo, en su esposa y sus leales empleados. Ahora él es el que ostenta un busto en una pequeña plaza del sur de la ciudad, la cual lamentablemente ha sido vandalizada. También se colocó una placa con su nombre en el paseo liquidámbar. Don Pepe, hace parte de la historia de Tegucigalpa, e indiscutiblemente su legado es nuestra herencia. Personajes como este son dignos de imitarse.