24 Diciembre 2016
CARIAS EN CASA PRESIDENCIAL: Última visita
Hacen guardia de honor ante el féretro del General Carias Andino, Ricardo Zúñiga Agustinus, Oswaldo López Arellano (Presidente de la República), Mario Rivera López (Presidente del Congreso Nacional), Napoleón Alcerro Oliva (Ministro de Educación).
(15 de marzo de 1876 – † 23 de diciembre de 1969)
El filósofo alemán Hegel decía que en ese bajo mundo solo estaban destinadas a dominar las razas batalladoras de oriente, y los griegos, romanos y teutones. Terminando el poderío de las tres primeras, los pueblos verían levantarse pujante el poder de los germanos, cuyo destino civilizador se cumpliría en el tiempo y en el espacio a través de las mayores vicisitudes y obstáculos. Si tal pensamiento pudo ser extravagante juzgado desde el punto de vista de las nacionalidades modernas, y sobre todo en presencia de los trabajos del socialismo internacional que proclama la paz a base del respeto mutuo, hoy que las naciones cultas y ricas se disputan el predominio con la fuerza de los cañones, el espíritu se entristece, porque no encuentra en la eficacia del derecho la garantía suficiente que exige la existencia de los países débiles.
Presentada así la tesis, las pequeñas democracias de América no hallarán seguridad de vida, sí se confiesa que el instinto conquistador prevalece en todos los pueblos vigorosos, y no tendrán porvenir sino aquellos grupos que saben compactarse con la oportunidad debida para hacer frente a los peligros futuros. Las ideas madres que flotan en una época determinada, desparecen, se gastan, se diluyen en el correr de los años, a medida que nuevos problemas y mejores conveniencias estimulan el esfuerzo de los individuos.
En un tiempo el ideal de la independencia se presentó ante las aspiraciones de los hondureños como la meta de la felicidad colectiva; después la lucha se entabló, corajuda y violenta, por restablecer la unidad rota por el localismo extraviado; a continuación los partidos disputaron por obtener a balazos el triunfo de un principio, y hoy, cuando todavía fermenta el pasado, con su secuela de rutina y odio, nos sorprende el riesgo de la intervención extranjera. La entidad republicana puede desaparecer, y entonces nuestra misión histórica sería nula, nula siempre, antes de la conquista, durante la dominación española, en el fementido período de libertad y en un devenir anónimo, en el que no tendremos otra importancia que la valía territorial.
Se impone, pues, la concentración de los hombres aptos y de significación para que, congregados, mediten sobre las contingencias posibles. Si etnológicamente no estamos clasificados en los cuerpos dominadores, si no somos ni seremos gran potencia, es justo que laboremos por desarrollar en toda su intensidad el valor intrínseco de la república, y en esa tarea meritoria corresponderá, en parte, a la nueva falange. A esta pertenece el general Tiburcio Carías, quien en su actuación política, ha logrado acrecentar su carácter y prestigio.
Tiburcio Carías ha obedecido a la ley fatal del ambiente. De joven fue a la guerra civil, seducido por la propaganda democrática; de hombre también ha disparado en la contienda fraterna; pero a toda hora y en cualquier circunstancia ha revelado un temperamento sobrio y un criterio cabal de la justicia. Acata en su racional sentido la libertad y la ley y también sabe estimarse a sí mismo, escuchando con respeto la voz de su conciencia. Es poco general y mucho ciudadano, porque con franqueza hay que decirlo, nuestro militarismo, que a veces espeluzna, no es el llamado a verificar obra cultural sobresaliente.
Amo al que ama su virtud, decía Federico Nietzsche. Carías es un carácter, en la acepción clara de rectitud volitiva y de firmeza de convicciones. Y Carías cultiva su carácter, no en el significado de capricho, sino como la aplicación constante de la voluntad en la persecución inteligente de un fin honrado y provechoso. Con buen talento, disciplinado en el estudio de la geometría y del álgebra, juzga con acierto y opera siempre en el terreno sólido del convencimiento. Abogado competente, no ejerce la profesión de procurador, pero conoce a fondo el mecanismo del Estado y la razón fundamental del sistema republicano. Puede ser un buen conductor de hombres, por su valor, por su abnegación y por su energía moral y corporal. Ha buscado un retiro provechoso en el campo, donde la naturaleza palpitante se convierte, para el meditativo, en maestra excelente, más sugestiva que los libros de los sabios y los poetas.
El general Carías es joven, y así en las asperezas del camino ha dejado muchas ilusiones, con la madurez de juicio comprenderá que la decepción no anida en los corazones erectos, porque si bueno fue el hombre en la época de Abraham, bueno es en el día, y si malos hubo en la era de Pigmalión, malos también existen en la hora presente. Ante los unos y los otros, el alma bien templada siempre resplandece. (El Cronista, No. 933, Tegucigalpa, 22 de noviembre de 1915). Fuente: Hondureños ilustres en la pluma de Paulino Valladares Págs. 157-159 – Colaboración Elsa de Ramírez.