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En el 170 Aniversario del Nacimiento del Dr. Marco Aurelio Soto

19 Noviembre 2016

En el 170 Aniversario del Nacimiento del Dr. Marco Aurelio Soto

Tegucigalpa, 13 de noviembre de 1846-París, Francia, 25 de febrero de 1908

Conocido como el reformador, ya que venía de la escuela de Justo Rufino Barrios de Guatemala, quien impulsó con su talento y energía el desarrollo de aquella república hermana.

Soto y su primo hermano Ramón Rosa, asume el mandato gubernamental en la época más propicia para el desarrollo integral de Honduras, introduciendo entre otros al desarrollo nacional, el telégrafo, el correo Nacional, biblioteca, imprenta nacional, el Hospital General San Felipe, la penitenciaría Central, la primera reforma liberal y cambia la capital de la república de Comayagua a Tegucigalpa en 1880. Hay una serie de reformas y adelantos, que proclaman a Soto y Rosa como los auténticos reformadores de la vida republicana en Honduras.

Sus restos mortales reposan en una prestigiada necrópolis de la ciudad luz, París, Francia, desde 1908, año en que falleció.

“El Dr. don Marco Aurelio Soto marca en Honduras una época nueva. Atrás, la colonia y la edad media. El fija el punto de partida de la verdadera organización de la república, ensayando el reinado de la cultura moderna. Soto en Honduras ha sido un caso único, por la obra que realizó y por sus méritos intrínsecos. Era instruido y culto, fino en su persona y superfino en los destellos de su talento esclarecido.

Soto no dio libertad de imprenta, me dijo un adversario. Hay que tomar en consideración para estos cargos las circunstancias de tiempo. No había imprentas particulares, Soto fue presidente quien estableció la costumbre de leer hojas de periódicos impresos. Antes, a toda hoja se le decía Gaceta, pero La Paz señaló horizontes nuevos y claros.

Soto fusiló al general Medina y a otros cuantos. La vida humana es sagrada, y si no se justifica la conducta de aquel gobernante, se explica perfectamente.

Honduras se agitaba en plena anarquía y se hacía precisa una acción severa para el triunfo del orden. Otros gobernantes han fusilado sin que iguales causas los obligaran, y caudillos diferentes, cometiendo mayor crimen, ha contribuido al derramamiento de sangre inocente en las guerras fraternas.

Soto cometió el delito de peculado. Sin pruebas estos cargos son temerarios y arriesgados. Organizó, o mejor dicho creó la renta nacional y se aprovechó de su situación para llevar dinero a Estados Unidos y a Europa. Responsabilidad grave esa, de la que se puede disculpar estableciendo algunos paralelismos y tomando en consideración lo fecundo de su labor administrativa y política.

El Dr. Soto era un cerebral. Toda la actividad de aquel hombre estaba en la cabeza, grande, con un frontal inmenso donde la inteligencia fulguraba. Era un estadista y un artista. Su prosa, principalmente la de los últimos años, era fluida tersa y límpida, y sus observaciones y proyectos sobre la administración pública revelaban largo estudio y conocimientos muy sólidos.

Hay personas de talento que son, a la vez cándidas. En el Dr. Soto no había candidez, porque era agudo, penetrante, poseía don de gentes y tenía larga vista para ahondar en el corazón de sus semejantes. Sin embargo, en su campaña última, cuando vino a la patria en 1902, fue víctima de mil patrañas. ¿Habría degenerado a causa de la edad? No, estaba en plena lozanía mental, pero desconocía casi por completo el nuevo ambiente.

Se encontró frente a frente de la complicada marrullería del general Terencio Sierra y tuvo que operar contra elementos vigorosos, amasados en las conspiraciones y en las contiendas civiles, que por lo mismo estaban en contacto inmediato con la opinión popular, mucho más despierta en 1902 que 1876. Se ha dicho que la literatura revolucionaria que empezó en 1889 produjo ese relativo despertar del espíritu nacional. Cuestión de criterio. La revelación de la lucha democrática tiene precisamente su génesis en la escuela que fundó el Dr. Soto. En aquella época empezó el despertar republicano de la juventud.

Que hubo antes personalidades eminentes, con un juicio perfecto acerca de los derechos del hombre y con un claro concepto de la agitación política por medio de la tribuna, del libro y de la prensa? Es cierto, pero eran individualidades. El núcleo, la colectividad viril y entusiasta, se fundó en los colegios de don Marco Aurelio Soto. La reforma de la instrucción pública, el código de Ramón Rosa, allí está la clave.

El Dr. Soto fue rudamente combatido y merecidamente elogiado. Hoy no pueden azotarlo las pasiones, porque ante el silencio de su tumba desaparece la figura combatiente que provoca rivalidades. Puede decirse que ya lo consagró la historia y que su nombre, como caballero y como Jefe de Estado, ocupa quizás el primer puesto en la fila de hondureños prominentes de 1876 hasta nuestros tiempos”.