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El peso de lo colonial

17 Septiembre 2016

 

La dominación española  sobre la América Central que había durado tres siglos (1524-1821) terminó con apenas un gemido. No hubo guerras sangrientas como en México o como en la América del Sur y, después de un año y medio de formar parte del Imperio Mexicano de Agustín de Iturbide (1822-1823),  el 1 de julio de 1823, una asamblea centroamericana reunida en Guatemala proclamó la independencia absoluta del Istmo. Seguidamente, se comenzó a planificar audazmente la transición pacífica hacia una federación republicana unida, en torno de la cual se expresaban grandes esperanzas de prosperidad y de progreso.

Estas esperanzas pronto se estrellaron contra la dura realidad, conforme las disensiones entre las provincias y los conflictos económicos y sociales estallaron en una guerra civil, en intrigas políticas y en pasiones que condujeron al colapso de las Provincias Unidas del Centro de América que se consumó en 1840. El período caótico que siguió vio surgir a caudillos brutales, despiadados y frecuentemente oportunistas cuyos regímenes reaccionarios sofocaron y destruyeron las ideologías liberales que habían florecido en la década  de 1820. De estos caudillos, el de Guatemala, José Rafael Carrera, se destaca como el más durable y el que más influencia tuvo. Desde su ambiente campesino, Carrera ascendió por el puro vigor de su liderazgo carismático y de su fuerza bruta para dominar su Estado y gran parte de América Central durante casi 30 años. En este proceso dejó sentados los fundamentos de la República de Guatemala moderna.

El régimen de Carrera no fue meramente la dominación de un representante de las masas rurales oprimidas sobre una élite acobardada. De hecho, especialmente después de 1850, Guatemala fue gobernada por caballeros educados que se dedicaron a la restauración y preservación de valores hispánicos tradicionales, así como al mantenimiento de una estructura de clases que conservaría los privilegios y las ventajas que habían logrado en virtud de su nacimiento y de sus esfuerzos. La forma particular de conservadurismo que abrazaron, y que Rafael Carrera protegió con su genio militar y sus primitivas falanges, refleja una fase importante de la historia latinoamericana. Aunque puede haberse desarrollado más plenamente en Guatemala, en algún grado se le encuentra en todas las naciones latinoamericanas y la experiencia de la América Central fue un microcosmo de la experiencia general.

El pensamiento conservador del siglo XIX fue en buena medida una reacción en contra del liberalismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX; especialmente, tal como fue expresado por los criollos que establecieron las primeras repúblicas. Mario Rodríguez ha descrito excepcionalmente bien el desarrollo liberal en su The Cádiz Esperiment (1978). Se ha  dicho menos respecto de los partidos conservadores centroamericanos, los cuales, por medio siglo, bloquearon eficazmente en Guatemala disfraza los grandes cambios que ocurrieron durante “la edad de las revoluciones” (1775-1825) en la América Central. Los cambios básicos en el sistema económico que allí habían prevalecido durante casi tres siglos causaron dislocaciones y tensiones en los últimos años del siglo XVIII, comenzando con grandes presiones sociales que el gobierno independiente fue casi incapaz de confrontar o, posiblemente, de comprender. Por más de dos siglos la vida económica y social en Guatemala había desarrollado tradiciones y formas que no fueron fácilmente alteradas ni voluntariamente abandonadas por aquellos para quienes su mantenimiento significaba seguridad o prosperidad.

En el corazón y en el alma de la  historia de Guatemala están los indígenas, descendientes de las populosas ciudades-Estado precolombinas de los mayas. Aunque la conquista española y las epidemias con concomitantes redujeron enormemente su número, siguieron siendo el elemento étnico más importante y su trabajo era el bien más valioso de la colonia. Aunque la civilización se desarrolló temprano en el altiplano de Guatemala y aunque las migraciones a las  tierras bajas caribeñas eventualmente produjeron ciudades precolombinas más espectaculares, los numerosos mayas que permanecieron en las tierras altas desarrollaron un estilo de vida duradero que sobrevivió a la invasión española. Los comerciantes nativos crearon senderos a través del área y los coloridos  mercados eran centros sociales y económicos para la gente. En contraste, con los mayas que habían descendido a las tierras bajas tropicales y que habían construido una alta civilización sólo para verla decaer y declinar, la civilización maya del altiplano estaba todavía activa al momento de la conquista, ya que producía grandes y abundantes cosechas de maíz, frijol y chile, además de cacao, vainilla y otras frutas y vegetales tropicales. Los mayas explotaron una variedad de maderas y de fibras para la construcción de casas, canoas, muebles, cestería, cerámica, juguetes y otras manufacturas sencillas. Asimismo, cultivaron algodón en cantidades suficientes para mantener una importante industria textil, coloreando vistosamente sus telas con añil, cochinilla y otros colorantes naturales. Cultivaron henequén, del cual hacían techos, cuerdas, esteras para alfombras y otros objetos para uso doméstico. Produjeron papel y trabajaron la plata, el oro, el jade y otros minerales, sin embargo, su tecnología no era pareja y en muchos aspectos no estaba a la par de la de los mas clásicos de las tierras bajas ni tampoco de los europeos. Generalmente, los antropólogos clasifican esta tecnología como neolítica. La ausencia de bestias domésticas o del uso de la rueda los hizo depender excesivamente de la energía humana y tenían un  concepto muy limitado de la conservación y del uso de la energía.² Mucho de  esto sobrevivió a la conquista y todavía permanece vigente en buena parte de la Guatemala rural; costumbres y prácticas bien establecidas respecto al uso de  las tierras que rodeaban las aldeas; también, sobrevivieron la conquista a pesar de las demandas españolas de tierras y de trabajadores. Aunque hablaban una  multitud de lenguas, el ancestro común maya les confiere una unidad que ellos mismos rara vez han reconocido. Habían  alcanzado un alto nivel de producción al tiempo de la conquista. Tanto su historia escrita como oral había producido una rica mitología que reflejaba el carácter y la identidad de los indígenas. Laboraron tenazmente en una tierra de belleza sin paralelo sobreponiéndose a severos obstáculos naturales y a frecuentes calamidades geológicas.

La conquista española de principios del siglo XVI tuvo un impacto enrome sobre los indígenas de Guatemala, pero fue menos devastadora de lo que había sido en Caribe y en otras partes de la América Central. La cultura indígena fue destruida en algunas áreas y grandemente disminuida en otras; sin embargo, las comunidades indígenas permanecieron en el altiplano occidental (Los  Altos) y eran importantes también en el centro y el este de Guatemala. Los conquistadores esclavizaron a los indígenas o los obligaron a trabajar en su beneficio, pero las aldeas indígenas del muy poblado altiplano, en donde había pocos españoles, permanecieron notablemente intactas.

Aunque los indígenas sobrevivieron, fueron relegados a un status inferior al de los peninsulares y de la raza superior criolla que utilizaba el poder militar y la colaboración con los caciques indígenas para mantener su propia superioridad.³ Desde un principio sucedieron rebeliones indígenas, pero fueron sistemáticamente sofocadas con una crueldad diseñada para aterrizar a los indígenas.4  Los españoles impusieron sus propias costumbres e instituciones, de tal manera, que en su capital Santiago de los Caballeros de Guatemala, se tornó esencialmente en una ciudad hispana, aprovisionada y avituallada por los indígenas y, en un grado menor, las instituciones hispánicas fueron impuestas también sobre las villas y las aldeas. Las instituciones de control del trabajo, la encomienda y el repartimiento, derivadas de la experiencia española en la reconquista de la península ibérica, exigían el trabajo de los  indígenas. La Iglesia se volvió la institución principal del proceso de hispanización y culturalmente se consolidaba conforme los curas de las aldeas; se trasformaban, no sólo en dirigentes espirituales, sino también en el eslabón principal entre los indígenas y la raza dominante. Evolucionó un cuerpo de leyes que no sólo preveía la explotación del trabajo indígena, sino que  también proveía un grado de segregación y protección para esta clase en contra de su extinción. Estas leyes, recogidas en la  Recopilación de Indias y en su aplicación conforme se sucedían las generaciones, institucionalizaron una sociedad dual de europeos y de indígenas en la que  ambos eran interdependientes y mutuamente excluyentes.

En el siglo XVII, una élite criolla en Santiago de Guatemala había logrado afluencia y un grado de autonomía. Los historiadores de la América Central colonial difieren respecto al efecto; o bien a la existencia de la “depresión del siglo XVII”.  Aunque se siguió produciendo para la exportación y se hacía presente una comunidad relativamente rica de comerciantes en la capital, los riesgos crecientes del tráfico marítimo y la declinación del poder militar y naval de España cuando menos detuvieron el crecimiento del comercio ultramarino.  Gran parte de la agricultura de Guatemala, estaba orientada hacia la subsistencia y  aun entre la clase criolla prevalecieron y hasta se expandieron las prácticas y las instituciones neo feudales. Las epidemias recurrentes continuaron diezmando a la población nativa. A mediados del siglo XVII había desaparecido mucho del dinamismo de la economía exportadora del siglo XVI y los criollos se habían amurallado en sinecuras feudales y burocráticas en una colonia que estaba más aislada y era menos importante para el imperio que anteriormente. La producción para la exportación era una parte relativamente pequeña de la economía total; sin embargo, la tenencia de tierra y el control de la población nativa eran la clave del adelanto social entre los criollos. Los gobernadores de Guatemala en el siglo XVII no fueron notablemente competentes, factor que contribuyó al crecimiento de poder de la élite criolla.6

El siglo XVIII trajo consigo cambios significativos a este esquema casi feudal. La revolución industrial en el norte de Europa estimuló un gran aumento en la producción y en el comercio, a la cual los españoles respondieron tardíamente con las reformas comerciales y económicas de los borbones. Muchas partes del imperio español gozaron de crecimiento económico. La reducción de impuestos al comercio y el intercambio más libre, el aumento de incentivos a la producción, la expansión de la esclavitud africana, los estímulos a la nueva tecnología, los caminos mejorados  las facilidades a la navegación, las leyes del crédito y de acumulación de capital más liberales, la adquisición más fácil de tierras para la agricultura y la autorización de nuevas organizaciones mercantiles promovieron el crecimiento capitalista; así como una tendencia a dejar la agricultura de subsistencia en pro de la producción en plantaciones para la exportación. La América Central no fue la más conspicua de las áreas que sufrieron estos cambios, pero indudablemente estaba dentro de esta evolución a través del siglo. No fue sino hasta el inicio de las guerras que surgieron de la Revolución Francesa que se detuvo la tendencia hacia el crecimiento en el Reino de Guatemala, conduciendo a una seria depresión en el cuarto de siglo que precedió a la Independencia.7

El añil representaba la mayor parte de la expansión económica en repuesta a las demandas crecientes dela producción europea de textiles. La región alrededor de Sonsonate, en El Salvador de hoy, era el centro de esta producción, aunque hacia el fin del período colonial también se generaban cantidades importantes en lo que hoy son Guatemala y Nicaragua. Esta productividad incrementada atrajo a Guatemala más cerca del sistema económico del Atlántico del norte, suministrando intercambio para las crecientes importaciones de mercaderías extranjeras por los criollos centroamericanos, tanto a través del comercio legal como del contrabando.8

Inevitablemente, esto conllevó importantes repercusiones y los beneficios no fueron uniformemente distribuidos entre la población. la expansión de las exportaciones casó cambios en la utilización de la tierra e inició un proceso de ocupación ladina en tierras indígenas. Las demandas de tierras y de trabajo del añil y de otros productos de exportación presionaron a las comunidades indígenas en las áreas más densamente pobladas, especialmente, en las regiones de El Salvador y Guatemala, en donde ese cultivaba el añil. Más aún, la demanda de capital alejaba la economía del trueque que había caracterizado a mucho del tráfico doméstico y ponía más énfasis en las transacciones en moneda.

El incremento de las exportaciones, tanto legales como de contrabando, crearon nuevas exigencias en el desarrollo de carreteras y puertos y el gobierno tuvo que prestarles mayor atención a la inadecuada infraestructura de transportes. En síntesis, aunque el énfasis en la agricultura de exportación y en la minería aumentaron la producción, el comercio ultramarino y lo que posteriormente sería denominado “modernización”, agregaron también una cargas a las clases bajas cuyo trabajo se explotaba sin una comprensión conmensurada para extraer los productos agrícolas y mineros, así como en el trabajo en caminos y en obras públicas. Junto con la conversión de algunas tierras de producción de subsistencia a tierras para productos de exportación, se inicia una tendencia al suministro reducido de alimentos, al mismo tiempo que la población finalmente comenzó a crecer después de dos siglos de declinación. Eventualmente, esto conduciría a serias situaciones de desnutrición en la dependencia de importaciones de alimentos extranjeros, un problema que en el siglo XX llegó a adquirir proporciones espantosas en algunas partes del istmo.

Un resultado de las Reformas borbónicas y del crecimiento del capitalismo que las acompañó fue la intensificación del regionalismo entre las provincias del mismo. Debido a las pobres comunicaciones y al aislamiento de los lugares poblados, así como a la poca cantidad de comercio entre o más allá de las provincias, el regionalismo siempre había sido característico de la América Central. En cada provincia emergieron grandes centros para acomodar el comercio de exportación y para proveer a la administración burocrática mayor que instituyeron tales Reformas. Pese a la intención centralizadora de las Reformas, la tendencia fue la de aumentar el sentido de autonomía y de importancia de esos centros regionales. Eso fue más evidente con el establecimiento de intendencias en El Salvador, Honduras, Nicaragua y Chiapas en 1786. Esta implantación, que reformaba el sentido de identidad de las diócesis eclesiásticas en las últimas tres provincias y contribuía a la demanda de El Salvador de tener su propio obispo, definió las fronteras geográficas de los futuros estados centroamericanos.9 El crecimiento de los ayuntamientos (consejos municipales) a finales del período colonial reforzó todavía  más las identificaciones regionales. Después de años de inactividad, varias corporaciones municipales comenzaron a funcionara después de 1808. Para 1810, sin incluir a las municipalidades indígenas, había concejos activos en las ciudades de Guatemala, San Salvador, San Miguel, Ciudad Real (San Cristóbal de las Casas), Comayagua, León, Granada, Nueva Segovia y Cartago, en las villas de Sonsonate, Tegucigalpa, San Vicente y Rivas; así como en los pueblos de Quetzaltenango y Santa Ana. El número se expandió rápidamente durante la época de las Cortes de Cádiz. Así, el surgimiento de la expresión política local al cierre del período colonial incrementó el regionalismo en el Istmo y contribuyó al espíritu separatista en oposición al dominio de la ciudad de Guatemala.10

Paradójicamente, al mismo tiempo, otro efecto de la expansión económica del siglo XVIII fue aumentar la interdependencia económica entre las provincias. Durante casi todo el período colonial se había desincentivado el comercio intercolonial en defensa de los monopolios comerciales de Sevilla, México y Lima. Sin embargo, los borbones gradualmente fueron revisando esta política para permitirle a los centroamericanos mayores posibilidades de comercio adentro y más allá del reino. Aún más, el crecimiento del contrabando a lo largo de la costa del Caribe en el siglo XVIII, incrementó las posibilidades del comercio entre los centroamericanos. Dentro del reino había un mayor movimiento de comerciantes, intelectuales, burócratas y clérigos que el que existió anteriormente. Por supuesto, la ciudad de Guatemala era la metrópolis para toda esta gente y un número mayor de provinciales migraron a la capital para aprovechar estas oportunidades. A la inversa, también hubo una migración de descendientes de la élite guatemalteca hacia las provincias con el propósito de expandir sus actividades económicas. Adicionalmente, inmigrantes peninsulares agresivos, principalmente del norte de España, llegaron a las provincias a través de la capital. Los criollos provinciales, asociando a los recién llegados con Guatemala, frecuentemente resintieron a estos españoles competitivos aumentándose así su prejuicio antiguatemalteco. Estos nuevos inmigrantes fueron, sin embargo, vitales para la expresión capitalista y la segunda mitad del siglo XVIII vio al reino hacer la transición desde las tradiciones feudales hacia una orientación capitalista agroexportadora, una transición directamente relacionada con el crecimiento del capitalismo industrial en Europa.

El más exitoso de estos inmigrantes fue Juan Fermín Aycinena, oriundo de Navarra, quien vino a Guatemala vía México a mediados del siglo XVIII. En México había aumentado su modesto patrimonio como propietario de una recua de mulas y reinvirtió sus ganancias en añil y en ganado en Guatemala y El Salvador. Invirtió también en la minería de plata en Honduras, pero fue el añil su inversión más lucrativa y estableció una importante casa de exportación en la capital de Guatemala. A través de tres bodas sucesivas, en Guatemala se relaciono con las familias poderosas de Varón de Berrieza, Carrillo, Nájera y Piñol y pronto llegó a ser un dirigente en las esferas económicas, sociales y políticas. En 1780 compró el título de marqués, siendo el único detentador de un título nobiliario que en ese tiempo residía en el reino. Procreó una familia grande en Guatemala y sus descendientes y parientes por matrimonio para el final del período colonial estaban enlazados con los miembros principales de la élite comercial. La figura 1 muestra los vínculos cercanos de dos prominentes inmigrantes comerciales españoles (José Piñol y Juan Fermín Aycinena) en la Guatemala de los siglos XVIII y XIX. A inicios del período independiente se había desarrollado una facción política que era identificada por sus contrarios simplemente como “la familia”.

En el período de Carrera casi todos los principales funcionarios del gobierno y las mayores casas comerciales de Guatemala estaban vinculados con la familia Aycinena-Piñol, por sangre o por matrimonio.