4 Junio 2016
José Madriz Cobos
Durante sus diez y seis años largos años de mando absoluto, el régimen del Gral. Carías fue objeto en el exterior de los más graves ataques, hasta formar la convicción en la conciencia internacional que se trataba de uno de los casos de despotismo más peculiares en la historia latinoamericana, mantenida en el poder por la trágica trilogía de su invariable sistema: el del “encierro, el entierro y el destierro”.
No obstante a ese clamor internacionalmente público, valorizado con la protesta de elementos representativos de la democracia pisoteada, se oponían las continuas de las grandes conferencias, en donde los representantes del gobierno en referencia figuraban al lado de los países cuya reputación democrática han sido y siguen siendo bandera para los pueblos oprimidos. En esas conferencias veíamos a los delegados de Honduras en las comisiones encargadas de buscar
las fórmulas para lograr la operancia de los derechos humanos y en cuanto trabajo de avanzada se realizó en el sistema interamericano. De modo que la propaganda adversa llegó a balancearse en cierto grado con el resplandor “democrático” que tales ejecutorias conferían al régimen en cuestión.
Pero la totalidad de los ataques que se hayan hecho al régimen del Gral. Carías, no llegó a provocar una indignación tan grande, tanto en el interior de su país como fuera de él, como el encargo de que el gobierno se cobijaba en su favor oficial al asesino que rapto y violó a una niña impúber, Norma Zablah, de padres palestinos, residente en Tegucigalpa.
Es repulsivo delito, que hace pensar en la monstruosidad de ciertos seres degenerados, puso una nota de duelo en el corazón de todas las madres y provocó la indignación de todos los hondureños. No tanto por el delito en sí, por bajo que haya sido, sino precisamente, por esa protección oficial cuando se terminaron las investigaciones y se impuso silencio a la prensa que trataba de ocuparse del asunto.
Esa conducta revelaba el grado de “moralidad” del oficialismo y las garantías que podían esperar las gentes honradas en un sistema semejante.
Con el advenimiento del doctor Gálvez al poder las cosas han cambiado, afortunadamente. La prensa es por lo visto enteramente libre, como lo demuestra un número de “El Tronillo sin fin” que tenemos a la mano, y en el cual se trata con tinta a base de ácido fenico el delito que permaneció en el misterio. Se ha mencionado al sobrino del dictador licenciado Marcos Carías Reyes, a un chofer de este llamado Fausto y el ex Ministro de Hacienda Urbano Quesada.
Un colega de esta capital hizo la reproducción de la defensa que se hace el escritor Carías Reyes, quien protesta con palabras rojas de indignación por los cargos que se le imputan, declarando que ocurrirá a los tribunales comunes para que investiguen la calumnia de que es objeto. Estampa sus expresiones con tal energía, que nos da la impresión que ese hombre está diciendo la verdad, porque es muy difícil que fuera responsable, de su categoría política, en tiempos de libertad de prensa irrestricta –¡Oh, bendición y salvación de los pueblos!–, se expresara de esa forma.
Queda ahora al Poder Judicial de Honduras, integrado según se afirma por ciudadanos probos y capacitados, bajo el mismo amparo de la libertad que garantiza el actual régimen, proseguir con actividad inagotable el proceso instruido por la desaparición de la niña Zablah, se quien se asegura que fue tres veces asesinada –permítasenos la expresión- por haber sido atropellada con infamia por un sátiro, privada de la vida y por último desenterrada por sus propios asesinos para quemar sus restos y a fin de borrar –afán inútil- toda huella del crimen.