13 Febrero 2016
El 1 de enero de 1949, Juan Manuel Gálvez Durón recibió la banda presidencial, símbolo que indicaba que ejercía la titularidad del Poder Ejecutivo, para los siguientes seis años. Pero Carías Andino, su antecesor, que lo había escogido de dedo como candidato presidencial por el Partido Nacional, le entregó el gobierno; pero no el poder. Se reservó para sí, la presidencia del Partido Nacional, la totalidad de los comandantes de armas, el control del Poder Judicial y el 5% de las contribuciones obligatorias de todos los funcionarios nacionalistas que continuaron en el desempeño de sus cargos. De esta manera, el general Tiburcio Carías Andino, que había gobernado el país durante los anteriores diez y seis años, en forma absoluta, sin permitir disidencia y oposición alguna, se resistía a dejar el ejercicio del poder. Aunque el ejecutivo lo desempeñaba Gálvez Durón – con un estilo que representó una verdadera antípoda del suyo, cercano al pueblo y con un cierto olor democrático –Carías Andino era el verdadero poder. Y su alejamiento, como confirmaron los hechos, del ejercicio de la presidencia de la República, tenía un carácter temporal. Y el presidente Gálvez, solo era, según los cálculos del viejo general Carías Andino, una figura temporal de mera transición, llamada a devolverle el poder
cuando el así lo dispusiera. O lo determinaran las circunstancias. De forma que las nuevas generaciones de nacionalistas, muy pronto entendieron que la única manera de sacar a Carías del poder era organizando un nuevo movimiento político que socavara la capacidad de reacción del Partido Nacional. O mediante el abandono del general Carías de la dirección de este partido, que para los primeros años de la década de los cincuenta mantenía su fuerza, su vigor; y los más grave, su adhesión al viejo general que lo había fundado en 1923, después de una larga militancia, mucha a matacaballo, en las revueltas animadas y dirigidas por los caudillos liberales.
Juan Manuel Gálvez Durón es posiblemente uno de los gobernantes más mesurados, cuidadosos y discretos en sus actuaciones y expresiones, de todo el siglo XX. Zúñiga Huete, compañero de estudios de Gálvez y su contendiente por la presidencia de la República en las elecciones de 1948, lo definió como “abúlico y haragán”. Arturo Mejía Nieto, por su parte dijo que era de “afable contacto, aparentemente disimulado. Es un hombre responsable en el mundo de las pasiones violentas”. Una personalidad tranquila y muy equilibrada al momento de actuar o hablar. Por ello, el ejercicio de su gobierno lo inició, bajo la seguridad que Carías Andino lo vigilaba. Y que pretendía, desde su casona en el barrio La Moncada de Tegucigalpa, seguir dirigiendo los asuntos públicos del país. Esa es la causa por la que Gálvez organizó su gabinete; pero no tocó a casi a nadie de los funcionarios del gobierno anterior, que seguían siendo fieles al general Carías. Y se dedica a desempeñar la titularidad del Ejecutivo, en un estilo en el que, al visitar las obras en construcción y los diferentes pueblos del país, se mantiene alejado de Tegucigalpa y de los chismes políticos citadinos. Pero se muestra campechano, informal y cercano a la gente. Un presidente en mangas de camisa, como decían sus imaginativos corifeos. Posiblemente el primer disgusto que experimenta el Carías Andino, se origina en la propaganda que le hacen los publicistas de Gálvez Durón, por las obras que inaugura el nuevo gobernante, mismas que habían sido iniciadas en el gobierno del anterior gobernante. “Gálvez gobernó con sello y estilo propios, y se distanció de la sombra y gloria de su predecesor. Esto condujo a una permanente tirantez, que desembocó en la ruptura, la división partidaria y la pérdida de las elecciones de 1954” (Mario Argueta, Tiburcio Carías, Anatomía de una época, Editorial Guaymuras, Segunda Edición, Tegucigalpa, 2008, página 329).
La crisis entre Carías y Gálvez, era inevitable. El nuevo gobernante siempre tiene la necesidad de establecer su propio estilo. Gálvez tenía el suyo que, inevitablemente, contrastaba con el hosco desempeño de su antecesor, que mientras ejerció el ejecutivo, no visitó lugar alguno del país, con la excepción de la aldea de Zambrano. Por ello para 1950, un año después, las tensiones entre Carías y Gálvez aumentaron, aunque no llegaron a trascender a la opinión pública. Pero evidentemente produjeron la primera crisis, visible, entre ambos dirigentes. “Ciertas exigencias políticas se comentó entonces, predispusieron el flemático temperamento del presidente Gálvez, en los primeros días del mes de marzo de 1950, y acaso tratando de evitar futuras contrariedades de mayor envergadura, le decidió (a Gálvez) solicitar al Congreso Nacional una licencia para ausentarse del país. La Asamblea Legislativa consideró y accedió a la petición guardando prudencia para hacer públicas revelaciones en el seno de sus deliberaciones.
Más tarde la asamblea en cuerpo dio un voto de confianza al gobernante. El presidente Gálvez declaró que su salud se sentía resentida y que su solicitud obedecía a la intención de consulta médica en una clínica extranjera y que eran infundados los rumores circulantes de que se confrontaban dificultades políticas con el partido que lo había llevado al poder. Desvirtuando los rumores y aceptando el voto de confianza, el presidente no salió del país y la hondureñidad complacida disfrutó del clima y bienestar, de libertad y de progreso” (Lucas Paredes, Drama Político de Honduras, página 616).
Pero la verdad es que en ese momento, Gálvez mostró sus disgustos con las presiones del general Carías que quería seguir gobernante a través suyo. Todo se canalizaba por medio de recados. Insinuaciones o propalación de rumores. Sin embargo, las primeras críticas públicas de Carías Andino ocurrieron en 1950. En este año, “la embajada estadounidense informo que Carías se encontraba muy triste, debido a la falta de firmeza de Gálvez en su trato con la oposición y con elementos agitadores. También estaba molesto por el énfasis colocado en proyectos supuestamente iniciados durante su régimen, pero que completó el gobierno de Gálvez, quien se adjudicaba el crédito. Adicionalmente, habían surgido diferencias de opinión sobre nombramientos en la administración pública”, (Argueta, paginas 329,330). Información que sin duda, confirmaba que el distanciamiento entre ambos líderes se había iniciado ya para entonces. Por un lado, los viejos y leales cariistas que querían el retorno del hombrón de Zambrano a la presidencia y la nueva generación de la burocracia galvista que pretendía que Gálvez Durón continuará por un período más en la titularidad del Ejecutivo. Líderes nacionalistas, amigos de ambos, promovieron una reunión privada entre Carías y Gálvez en la residencia de Julio Lozano Díaz en Tegucigalpa, de la cual no surgió acuerdo alguno. Mientras tanto, para finales de 1952, los más jóvenes dirigentes del nacionalismo, la nueva generación que no se sentía tan comprometida con Carías y que además resentían de su prolongado patrimonialismo sobre su partido, empezaron a hablar del tema de la reelección presidencial, para lo que era necesaria la reforma de la Constitución de 1936,– la “constitución canalla, como la llamaban los liberales, según me refirió Óscar Aníbal Puerto– por una Asamblea Constituyente, ante lo que Gálvez, consecuente con su estilo, guardó silencio. Incluso cuando un grupo de jóvenes y viejos nacionalistas le visitaron para proponerle el proyecto al presidente Gálvez, este se abstuvo de dar una respuesta categórica y definida. El presidente Gálvez, sabía que su reelección por un período más, dependía de la voluntad de Carías Andino que, para entonces, había hecho públicos su interés de presentarse en 1954, como candidato presidencial del Partido Nacional.
El reto que representaba la reelección de Gálvez, puso en precario la autoridad de Carías Andino. “Semejante desafío hizo se rompieran los fuegos en la prensa y en la radio, abriéndose desde entonces un hondo abismo en las otrora pujantes filas del Partido Nacional” (Paredes, 617). Gálvez, no aclaró su posición al respecto. Se llamó al silencio y con ello, alentó a los promotores del reformismo constitucional y del continuismo. Los reformistas, se dieron a la tarea de promover la reelección del presidente Gálvez, posiblemente sin evaluar el impacto que el asunto, traería para la vida política del país. Se comprometieron en cuerpo y alma, a la tarea proselitista de crear y hacer funcionar un nuevo partido político. Lozano Díaz “comprendió que sus posibilidades presidenciales se alejaban y que siendo el hombre más visible y el colaborador más destacado de Gálvez, no podría contar con la simpatía y el apoyo de Carías. Entonces, ante el imperativo de las circunstancias alejarse del teatro de los acontecimientos viajando a Europa, no sin antes, como titular de gobernación, conceder personalidad jurídica al nuevo partido político, el Movimiento Nacional Reformista” (Paredes, 617). La división del Partido Nacional se había consumado. Aunque Gálvez, por primera vez desautorizó a sus funcionarios que estaba involucrados en el MNR, sus palabras no influyeron en la dinámica de los acontecimientos. El nuevo partido había adquirido su propio derrotero e impulso. Su finalidad, al fin y al cabo, — en el fondo de esta nueva generación de políticos — era impedir que Carías Andino regresara a la presidencia de la Republica.
En enero de 1953, se nombró en el interior del Congreso Nacional, una Comisión encargada de dictaminar sobre el proyecto de decreto tendente a convocar al pueblo hondureño a elecciones para diputados a una Asamblea Nacional Constituyente. El dictamen de la Comisión fue desfavorable. El 1 de febrero de 1953, se sometió al pleno del Congreso la discusión del dictamen. El Congreso estaba integrado entonces por 48 diputados. El resultado de la votación final, fue muy estrecho: 25 diputados votaron a favor del dictamen que rechazaba la iniciativa de convocar a una Constituyente y 23 a favor. Inmediatamente redactaron el dictamen que a letra dice lo siguiente: “El Congreso Nacional DECRETA: Artículo único. Declarar sin lugar la iniciativa de ley presentada por los diputados Camilo Gómez y Gómez, Abel Fonseca Flores, Manuel Fajardo, Víctor Cáceres Lara y Marco a Cueva tendiente a que se convoque al pueblo hondureño para que proceda a elegir diputados a una Asamblea Constituyente”.
En 1954, la convención del Partido Nacional, reunida en el cine Palace en Tegucigalpa, eligió al general Tiburcio Carías Andino y al Ing. Gregorio Reyes Zelaya, candidatos a la presidencia y la vicepresidencia de la República para el período 1955-1961. El Movimiento Nacional Reformista, por su parte, en la convención celebrada al efecto, escogió como sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República, al general e ingeniero Abraham Williams Calderón y al general Filiberto Díaz Zelaya, respectivamente. La fractura del Partido Nacional, como había ocurrido entre los liberales en 1923, era total y definitiva. Pasarían varios años, antes que se reunificaran de nuevo. Era claro que para ello fuese posible, era necesario esperar la derrota de 1954 a manos de los liberales, que se acentuara el ocaso del viejo caudillo y que muriera Carías y perdiera todas sus facultades, por inevitables imperativos genéticos. Los liberales, en la distancia, celebraban los acontecimientos, anticipando que había llegado la hora de aproximarse al poder, ganando las elecciones del 10 de octubre de 1954. Anticipaban que la travesía en el desierto estaba por terminar. Y que ellos, después de muchos años fuera del poder, volvieran por su fuero, inaugurando una nueva República. Diferente a la República cachureca, patrimonialista, de escasa visión y dirigida por hombres fuera de época y lugar.
Tegucigalpa, 7 de febrero de 2016