12 Diciembre 2015
Por: Juan Ramón Martínez.
En 1963, el candidato del Partido Nacional a la Presidencia de la Republica, fue el doctor Ramón Ernesto Cruz. Fue escogido como fórmula de transición, en una época en que el liderazgo del general Carias Andino se negaba a dar un paso al lado y se integraba como nuevo caudillo naciente, el coronel Osvaldo López Arellano. Sus méritos, los del Lic. Cruz, eran académicos. Políticamente era una figura sin brillo propio, sin el talante y la prestancia de los caudillos, a los que los hondureños normalmente, le confían sus destinos en la boca de las urnas. Casi siempre en forma irresponsable El Presidente de la Republica, Ramon Villeda Morales, con el apoyo de la Embajada de los Estados Unidos en Tegucigalpa, logro que OLA – acrónico de Osvaldo López Arellano que se usara en unas hojas sueltas que referían entonces, que Mario Rivera López se había encargado de fijar en las principales calles de Tegucigalpa, bajo la mirada comprensiva y paternal de Carias Andino—no fuera el candidato de los nacionalistas. Estos, atrapados entre Gabriel A. Mejía y Gonzalo Carias Castillo, terminaron transando, ofreciéndole la candidatura al doctor Ramón e. Cruz Ucles que, sin malicia política y sin habilidades
para la conspiración, que ya estaba en camino para entonces (marzo de 1963), acepto lo que el considero un honor. Su campaña fue mínima. Quienes lo rodeaban sabía – pero nunca se lo dijeron — que no habrían elecciones, en razón de lo cual no había que gastar dinero en campañas electorales. Para entonces, ya se habían dado las primeras aproximaciones informales entre la dirigencia del PN y el Jefe de las Fuerzas Armadas del gobierno liberal – de hecho un cogobernante de aquella administración – de conformidad a las cuales, el Partido Nacional operaria como “celestina” de los militares y estos a cambio, les entregarían la casi totalidad del gobierno. Ocurrido el acontecimiento del 3 de octubre de 1963, en que López Arellano levanto la cabeza del asno en contra del orden constitucional, Ramón Ernesto Cruz tuvo la valentía y el pundonor de criticar el “golpe de estado”. No podía ser menos, porque él era, fundamentalmente, un hombre de leyes, de los de antes; que creía que el derecho da seguridad, si se cumplen las reglas establecidas.
En 1965, Osvaldo López Arellano fue elegido por los diputados nacionalistas y algunos liberales, cuyos nombres mencionaremos en otra oportunidad, Presidente Constitucional de la Republica. Previamente, habían aprobado la Constitución de 1965, prueba que ellos, los nacionalistas coludidos con los militares, habían derogado la Constitución de 1957 y derribado a un gobernante, como lo era entonces López Arellano, elegido por el pueblo en elecciones de segundo grado. Al finalizar el año 1970, fecha en que concluía su periodo presidencial, Osvaldo López Arellano se quedaba sin trabajo, en vista que la Constitución que aprobaron los nacionalistas, establecieron en forma mucho más expedita, la prohibición de la reelección. La alternativa que encontraron los nacionalistas para darle satisfacción a López Arellano que, para entonces mantenía un severo control sobre las Fuerzas Armadas, por medio de oficiales anodinos que jamás le hicieron sombra su figura, fue asegurarle que en el próximo gobierno nacionalista sería nombrado nuevamente Jefe de las Fuerzas Armadas y que el Partido Nacional buscaría un candidato débil, que asegurara un gobierno frágil, de escaso respaldo popular, de forma que el nuevo golpe en contra del estado que inevitablemente lo darían las Fuerzas Armadas, contara con el respaldo o por lo menos la simpatía de la mayoría de la población.
Aquí entra en escena nuevamente el doctor Ramón Ernesto Cruz. Es para los efectos de la conspiración nacionalista—militar, el hombre idóneo para ser el candidato presidencial. No provocaba fracturas al Partido Nacional, porque era un hombre bueno, del cual nadie se podría decir muchas cosas en su contra y era muy deficiente en administración pública, en vista que no había ejercido cargos ejecutivos de importancia. El Partido Liberal, fraccionado todavía por la terquedad de Modesto Rodas Alvarado, había escogido a Jorge Bueso Arias, como candidato Presidencial. Bueso Arias tenía con relación al doctor Cruz, la ventaja de su experiencia administrativa en el sector público y su desempeño exitoso en la empresa privada en el occidente del país. Era libra por libra, mejor candidato el de los liberales que el que presentaban los nacionalistas. Iniciada la campaña, la candidatura de Bueso Arias no solo fue boicoteada por una parte de los liberales seguidores de Rodas Alvarado y de este especialmente, sino que además afectada por los discretos manejos de los militares que, por órdenes de López Arellano, se encargaron de hacer que ganara las elecciones el doctor Ramón Ernesto Cruz. Este era el más débil de los candidatos. Y en consecuencia, el más fácil de derribar el momento que así lo dispusiera López Arellano. Sin que los nacionalistas, levantaran un dedo para defenderlo. Cosa que no ocurriría con Bueso Arias, por el cual los liberales habrían opuesto alguna resistencia. Ademas, sin duda, habría hecho un buen gobierno y evitado que Lopez se entrometiera en las cosas del Ejecutivo.
Un oficial de las Fuerzas Armadas, mucho tiempo después, nos refirió que a él, le confiaron, durante las elecciones presidenciales, el sector de Talanga, Cedros y el Porvenir. Y que la instrucción del “alto mando”, fueron que debía ganar en las elecciones el doctor Ramón E. Cruz (Conversación privada con el general Álvaro Romero). Contados los votos, las elecciones fueron ganadas por el Partido Nacional. Y para que el nuevo gobierno tuviera desde el principio todas las debilidades del caso, se le forzó a firmar un Pacto de Unidad con el Partido Liberal, al cual le dieron participación en las posiciones políticas del Congreso, la Corte y el Ejecutivo. De forma que Cruz Ucles llego a la Presidencia amarrado y bajo la custodia de López Arellano, por medio del desempeño impecable de quien sería el líder máximo del PN, el Licenciado Ricardo Zuniga Agustinus, el que desde el ministerio de Gobernación se convirtió en una suerte de primer ministro, dejando a Cruz Ucles en la condición de un Presidente con competencias ceremoniales, sin mayor influencia en la marcha de los asuntos administrativos de la nación. En esas condiciones, el gobierno se mostró más débil que de costumbre, incapaz de tomar decisiones, comprometido con el Pacto de Unidad con los liberales y sometido a la férula de López Arellano que, por medio de los nacionalistas encabezados por Zuniga, le impedían al doctor Cruz activar en forma independiente. Además, como él no era un hombre de controversias o confrontaciones, se sometió democráticamente a la manipulación que tenía como finalidad, demostrar las debilidades y falencias de su administración, al tiempo que con sus errores, afectaba de alguna manera la imagen del Partido Liberal que tenía carácter de cogobernante. Pero en realidad, tras de esta debilidad, exagerada mucho más con lo que contribuía el doctor Cruz Ucles con su ineficacia y vocación por la soledad y el aislamiento, estaba la figura de Osvaldo López Arellano que cada día que pasaba, era urgido por las fuerzas políticas menos democráticas, porque regresara a la titularidad del ejecutivo. Era el hombre fuerte que todos querían que regresara al ejercicio del mando. De forma que antes de l finalizar el segundo año de la administración de Cruz Ocles, entre la opinión pública, había casi un rechazo total hacia la gestión, por lo que todos ellos, pedían que fuera relevado mediante un golpe de estado. Atendiendo peticiones y reclamos populares – en los que fueron cómplices los líderes sindicales y campesinos de entonces, dirigentes nacionalistas, liberales y altos dirigentes católicos – el general Osvaldo López Arellano, Jefe de las Fuerzas Armadas organizo y comando la última parte de la operación retorno al control directo del poder público. El 4 de diciembre de 1972, sin resistencia alguna y sin ningún muerto que recordar, el ejército salió nuevamente a las calles, para violar la ley e interrumpir el orden constitucional. Era la tercera vez que interrumpían la operación del Ejecutivo y el segundo golpe de estado en la cuenta personal de Lopez Arellano, convirtiéndolo en el hombre que más veces había violado la ley y levantado la mano en contra de sus superiores, en toda la historia nacional. Un oficial de las Fuerzas Armadas se presentó a la residencia de Cruz Uclez, para informarle que ya no era Presidente de la Republica. Sin una lagrima o una queja, el doctor Cruz, se recluyo, en una indiferencia absoluta, mostrando un gran desapego hacia el poder, en su casa de habitación. El pueblo, manipulado por los organizadores de la trama, mostro satisfacción singular, de estar otra vez, en manos de López Arellano. Por lo menos, como dijeron algunos, ahora si gobierna el que tiene el poder y la fuerza para hacerlo. Tres años después, López Arellano, comprometido en la más elevada muestra de corrupción pública, era derribado por sus compañeros que, equivocadamente – para entonces– habían desarrollado la idea que la institución armada había nacido para gobernar al país. La guerra civil en Nicaragua y la revuelta de los civiles en contra de los militares, los llevaría a entregar el poder a los civiles, volviendo a sus cuarteles, de los cuales, no han vuelto a salir. Pero todo esto, nadie se lo imaginaba siquiera, el 4 de diciembre de 1972, cuando el pueblo hondureño, en forma inconsciente, celebro la caída de un presidente deliberadamente debilitado, al cual se había llevado al poder para que desprestigiara la capacidad de los civiles para gobernar al país. Y para elevar la imagen de los militares como hombres de primera, llamados a desarrollar el país que no habían podido lograr los civiles. Muy pocos entonces, comprendieron que observaban otra forma de continuismo presidencial, — basado en la traición, la manipulación y el irrespeto por la ley — pero de indudables efectos negativos para el progreso y desarrollo de la nación hondureña.
Tegucigalpa diciembre 7 del 2015