14 Noviembre 2015
Es inútil pretender describir la vida de este hombre en las fugaces y breves líneas de un discurso. Su obra gigantesca de patriota y estadista está viva como una llama y como una llama arderá quemando páginas y más páginas de nuestra historia. Porque para el nombre de este coloso no basta el papel. La fecha de su nacimiento se esculpió en una plancha de acero de quinientos metros de longitud al inaugurarse el puente del Ulúa durante la administración del Dr. Bertrand; y su nombre, de sílabas tan sonoras que no alcanzan a darlas las trompetas de combate, se pronuncia todos los días por las sirenas clamorosas de veinte locomotoras, de Puerto Cortés a Potrerillos, desde que en un gesto inolvidable, recuperó para el Gobierno el Ferrocarril Nacional de los hondureños, empresa a la que dio un formidable impulso.
Para el nombre de Manuel Bonilla no basta el papel: Benemérito de la Instrucción Pública, creó las Escuelas Normales, en las que puso su corazón para ser distribuido en pedazos en todos los rumbos del país.
Como Dionisio de Herrera, como José Cecilio del Valle, como Francisco Morazán, como Luis Bográn y como José Trinidad Reyes, Manuel Bonilla tiene en la capital de la República un bello parque que lleva su nombre; y en la Iglesia Catedral, bajo la bóveda augusta donde el sufrimiento humano pone a los pies del Dios hecho Hombre sus dolores, sufrimientos y angustias, una Cruz siempre luminosa desgrana fulgores trémulos sobre la tumba de Manuel Bonilla.
La incalificable y cobarde profanación de las estatuas del General Bonilla realizada en el año infausto de 1919, ha originado, como una ejemplar protesta del sentimiento público, la restauración solemne en Tegucigalpa, en 1924, y esta apoteosis magnífica en San Pedro Sula, en 1936.
Para el nombre de Manuel Bonilla no b asta el papel. Lleva su nombre el primer teatro construido en la República.
Fue por dos veces Presidente de Honduras.
Y es, una sola vez, Inmortal!
Hasta aquí los bellos y significativos actos de consagración en los que se desenvuelve el pasado, con sus luces de gloria, con sus sombras de dolor y con toda la experiencia recogida en cuatrocientos años de vida para esta ciudad; cuatrocientos años, con sus cuatrocientas primaveras.
Pero el pasado cayó ya en el depósito de lo eterno y auroras nuevas se incendian en el remoto horizonte.
De los bellos símbolos del pasado debemos sacar la enseñanza fecunda, así como de la entraña dolorida surge, como un fulgor de esperanza, la vida nueva. Al alarido de angustia debe seguir el grito de triunfo. Al vuelo de los buitres sobre nuestros campos profanados debe sustituir el revoloteo airoso de las palomas eucarísticas en un fantástico agitar de alas blancas. Por sobre el ayer convulso en cuyo cielo ennegrecido de odios y rencores rugieron implacables amenazas de tempestad y lívidos signos de muerte, debe levantarse el símbolo de la nueva Honduras, entre coros de fraternidad y paz, bajo la alegría de un cielo de eterna y azul serenidad.
Antonio Bermúdez M.
San Pedro Sula, 27 de junio de 1936.
Al develizarse el busto del GENERAL DON MANUEL BONILLA en la celebración del IV Centenario de la FUNDACIÓN DE SAN PEDRO SULA.