07 Noviembre 2015
Por: César Lagos.
Los ataques apasionados de la prensa habían conducido al país a la peligrosa situación de que estallara la guerra civil; pero debe reconocerse que, no solo eran resultado de la inexperiencia política de los liberales sino también del carácter de Bográn.
El General Luis Bográn, alto de talla, de complexión robusta, de apostura elegante, de inteligencia clara, de conversación amena, se hacía agradable en la buena sociedad y se conquistaba simpatías en el pueblo; pero tenía el grave defecto de ofrecer y no cumplir, que si perjudica a un particular mucho más a un Presidente, porque no se gobierna con engaños; y por su ligereza en ofrecer y su facilidad en no cumplir, se atraía enemistades. Además, de natural dócil, voluble y sin solidez de conocimientos de la ciencia política, indispensable para gobernar, no tenían sus disposiciones la unidad y firmeza que requieren los actos de gobierno. En consecuencia, no lograba inspirar temor aunque cometiera atropellos, ni se le agradecía que respetara la libertad. Sus opositores aprovechaban esa libertad para combatirlo, como jamás
se ha combatido a ningún otro gobernante; y él, que sin duda no tenía conciencia de proceder con dañada intención, cuando rebosaba la cólera en los ataques de sus opositores, se satisfacía solamente con decir á alguno de sus allegados: “Mire Ud. qué saña la del señor Policarpo”. Aprovechaba cualquier pretexto para decretar el estado de sitio y entonces daba suelta a las arbitrariedades, creyendo tener para ello derecho. Cuando suponía haberse hecho respetar, otorgaba de nuevo la libertad, a pesar de sus cortesanos, empeñados en que siempre la tuviese esclavisada.
Entre los males que produce la práctica del despotismo, uno de los mayores es hacer déspotas a todos los ciudadanos. Quien ve cometer arbitrariedades con frecuencia, en vez de vituperarlas con energía para que desaparezcan, las admira; y cuando tiene algún poder imita al que le ha precedido. No piensa en lo futuro, no se imagina hallarse sin el puesto que ocupa, no reflexiona que al dejarlo podrá él también ser víctima de la arbitrariedad; y que por lo mismo en vez de ejercerla debe procurar que sea imposible a todos. Se engríe porque tiene la fuerza y trata de demostrar que es poderoso. Cuando baja del puesto, por cualquier motivo, y va a padecer lo que a otros ha hecho padecer, entonces se queja, se indigna, se enfurece, sin recordar que él tiene la culpa de lo que le sucede porque ha contribuido al despotismo. A menudo se ven esos ejemplos y no se aprovecha la enseñanza. Lo contrario ocurre cuando por casualidad hay algún gobernante que no es del todo déspota, sus consejeros lo empujan a que lo sea; y si por su natural bondadoso no maltrata a quien lo ofende, lo censuran, dicen que es débil ó cobarde. ¡Débil y cobarde porque no se venga! Oh, extravío de criterio. Débil es quien se deja llevar de malos impulsos, quien no refrena su enojo ó es implacable en la venganza; y cobarde, el que resguardado con la fuerza ultraja al que lo ha ofendido. Sufrir las injurias pudiendo vengarlas, despreciar la oportunidad de ofender á un enemigo, huir de las arbitrariedades, en lugar de debilidad o cobardía es entereza, gran valor. ¡Ah! Era de admirar al General Bográn cuando leía las ofensas de sus opositores: pasaban por su rostro oleadas de sangre; pero al concluir la lectura volvía a su estado normal y dejaba el periódico sin proferir una amenaza. Y era de admirarlo más en días de manifestación popular. La multitud ajitada por oradores imprudentes que perjudican la libertad, más que sus verdugos, porque la desacreditan, profería á grandes voces, burlas, denuestos, amenazas, que él soportaba con verdadera calma. Señor, le decían sus allegados, eso no debe tolerarse; sufrirlo es humillante, permitido es rebajar la autoridad; ordene la dispersión de esa canalla. ¿No oyen Uds. que me llaman tirano? Si, señor, es la menor de las injurias. Y quieren que lo compruebe? Muchos murmuraban: qué flojedad! Si, flojedad que en esos casos es virtud. Da tristeza que no se comprenda y no se aprecie. La multitud se disolvía sin que nadie fuese molestado ni se persiguiese después por sus exageraciones.
Algunos aconsejaban la dispersión de los mítios porque, con la exaltación de los oradores y las amenazas del populacho, se desconsolaban creyendo que siempre son esos los resultados de la libertad. Hombres inexpertos, confundiendo la libertad con las exajerciones la temían. Pensaban que de las vociferaciones podía pasarse á las violencias demagógicas, y para evitarlas no se imaginaban otro medio que destruir el derecho. Querían que el pueblo ejerciera de pronto la libertad metódica, sin comprender que ésta no la tienen los pueblos sino después de practicarla mucho, pasando por grandes convulsiones y extravíos. Por lo mismo hay que tener paciencia y esperar que el respeto á la autoridad dentro de la libertad llegue poco á poco; y llegará tanto más luego cuanto más observe y haga observar la ley el gobernante.
Así, esta tolerancia de Bográn, en ocasiones, y esos estados de sitio con el cúmulo de arbitrariedades, hacen aparecer su administración como una mezcla de impulsos hacia la libertad y de retrocesos al despotismo; mezcla indecisa que poco podía dejar a favor del derecho. Más, donde cometía Bográn los mayores desaciertos era en el manejo de la Hacienda Pública. Manirroto, derrochaba como si fueran suyos los intereses de la Nación; inepto, no buscaba cómo aumentar la renta; indolente, no se cuidaba de contener las defraudaciones que cometían sus favoritos, y la caja estaba siempre exhausta, al grado de no haber jamás dinero para cubrir los sueldos del presupuesto. Sus enemigos le achacaban que él también robaba, considerándolo inmensamente rico, millonario. Todo se depura en el crisol de los tiempos. Se le vio bajar de la presidencia sin ostentación de capital; y después de su muerte sus haberes no aparecen grandes, no exceden á los que poseía al subir al poder. Sin embargo, lo que se decía entonces era creído por todos, y juzgándosele solo por sus errores, su impopularidad fue completa y bajó odiado y maldecido hasta de sus amigos.
Muchos fueron ciertamente los errores del General Bográn, graves daños causó á la patria; más el haber dejado en ocasiones que se practicase la libertad de la prensa, haber estimulado la organización de los partidos políticos y haber obedecido el precepto de alternabilidad, lo hace aparecer ante la historia, si no como gobernante bueno, sí como bien intencionado, aunque inepto, negligente y voluble. Y no obstante todo lo malo, su administración fue progresiva. No se ha apreciado así porque se suele ver más á lo material que á lo moral, y Bográn no dejó ningún progreso material. Por esto es calificado hasta de retrógrado. Sensible es que se juzgue de ese modo. Calificar de retrógrado al que no fomenta el progreso material aunque fomente el progreso moral, y de buen gobernante al déspota que solo atiende á aquel, es confesar el hábito del servilismo, confesar que en nada se estima la magestad excelsa de la propia independencia.
No, buen gobernante sólo es el que procura la felicidad de los gobernados; y un pueblo no es feliz únicamente porque su territori8o esté cruzado de líneas férreas, porque sus ciudades estén adornadas con soberbios palacios, hermosas calles y suntuosos parques; porque las fiestas públicas se sucedan á menudo, costeadas con dinero del Tesoro; porque se vea el lujo en las clases sociales. Si en medio de todo eso ninguna persona puede manifestar sus deseos y sus penas; si un ejército formidable sirve solo para guardar al gobernante y pisotear la Soberanía Nacional; si un grupo de sicarios y esbirros mantiene á los hombres honrados en constante sozobra; si nadie puede tener á salvo ni su hogar. ¡Ah! ese pueblo es feliz, es completamente desgraciado. La comodidad material en nada compensa la horrible angustia de sufrir ó de esperar persecuciones. Por lo mismo, preferibles son los goces tranquilos de los derechos, la seguridad individual en la pobreza, á la opresión en medio de la opulencia.
Sucede que es muy difícil poseer la libertad perfecta. Al principio, como es muy compleja, no sabemos hacer buen uso de ella, como no sabemos aprovecharnos de una máquina complicada que no conocemos. Más con la práctica llegamos á ejercitarla bien y entonces da sus grandes frutos. Por esto lo que más necesitamos de nuestros gobernantes es que nos dejen libres. Libertad de locomoción, de reunión, de asociación; libertad de la tribuna y de la prensa; libertad de voto; seguridad individual. Qué puede sernos más benéfico? Y debemos calificar como bueno al gobernante que no nos oprima; y como malo, al que la libertad nos quite, por más que se empeñe en el material progreso. Pensar de manera distinta es abyección, es degeneración. Los hombres de alma noble, que estiman la dignidad y el honor, dicen como el gran poeta francés: “Aunque la tiranía nos proporcionara todos los bienes materiales, aunque diera suculentos manjares á nuestro paladar, música á nuestro oído, aromas á nuestro olfato, todos los placeres juntos; prefiero tu pán negro, ¡libertad!”.
Fuente: Ensayo Sobre la Historia Contemporánea de Honduras, 1900, San Salvador. Tipografía “La Unión”