27 Junio 2015
Por: Luis Mejía Moreno
Conteste que yo, con la terminación de la revuelta, me había echado mis turpiales y como que don Nicho, también. Solo en “Las Pitayas, entré al combate con algunos tragos, y eso contribuyó indudablemente, a que fuera avanzado, no porque hubiera estado impotente, sino porque el General Guerrero, me mandó cercar en un trayecto como de dos leguas, y no advertí la maniobra.
Hablemos un poquito de turpiales, porque creemos que vamos a encontrarnos, al fin, entregados a una borrachera político-guerrera durante medio siglo. El 2 de marzo de 1910, si mal no recuerdo, me llamó al pie de un arbolito en Santa Clara, Chontales, Nicaragua, el entonces joven licenciado don Modesto Armijo, hoy, alto exponente de la política nica, y me dio un trago de aguardiente, porque no teníamos agua y nos moríamos de la sed. Estábamos en pleno
combate, éramos unionistas militares defendiendo al doctor Madriz, y pronto me fui a decirle al General Nicasio Vásquez, el Jefe y efectivo defensor de Namasigüe, que se quitara de donde estaba, al par del artillero que tenía la ametralladora; decirle esto y deshacerle un tiro de máuser un brazo al artillero, fue casi a un tiempo. Inmediatamente me moví a arreglar una tropa que desordenada se agrupaba en un respaldo del cerro, limpio, y que, como el ganado con miedo, se arremolinaba. Estaba en aquello cuando caí; corrió el doctor Rafael Méndez Castillo, leonés, a prestarme sus auxilios, a pesar del balerío que las fuerzas revolucionarias nos arrojaban. Te hirieron?, me preguntó el doctor. No me puedo parar. Es en el pie, le dije, pero luego hice por salir de aquel punto, blanco libre del enemigo, y vimos que sólo la suela del zapato me llevó la bala, y me dañó un poro lo que decimos la garganta del pie. Derrotamos a los Generales Mena y Moncada y otros gracias a la estrategia planeada y ejecutada por el Gral. Guatemalteco, Ingeniero Isidro Valdés.
Después de “Las Pitayas”, vine pensando en dejar los tragos. Cada vez sufría más y más. Y un día me dije: bueno, no bebo más, y pasé 10 años juntos, sin tomar alcohol ni en ponche, menos en cerveza, ni en campaña, ni porque hace frío, ni porque se murió mi mamá, ni porque se casó mi hermana, ni porque fui al Casino, ni porque los amigos me exigieron, ni porque me despreció la novia, ni porque a doña X no pude despreciar, y no acabamos de enumerar a todos los pretextos que son solo pretextos del enviciado, de su voluntad debilitada.
Fuente: El calvario de un pueblo, Talleres Tipográficos Nacionales, Tegucigalpa 1937, Pag. 61.