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Mensaje dirigido al Congreso Nacional en la inauguración de sus sesiones el 1º de enero 1924 por el general don Rafael López Gutiérrez, Presidente de la República de Honduras

04 Enero 2015

 

Señores diputados:

El atento y respetuoso saludo que dirijo hoy al pueblo hondureño y a vosotros sus dignos representantes, tienen para mí excepcionales motivos de satisfacción.

Pocos  días más y haber finalizado mi período administrativo; pero si es verdad que  ha de esperarse el despejo del ambiente,  tan borrascoso como difícil en que me ha tocado gobernar, para que mis conciudadanos emitan un juicio sereno e imparcial sobre todos mis actos de mandatario, de una vez más me anticipo a deciros que he pasado revista a mi actuación política y la encuentro ajustada a mis promesas, en armonía con mis sentimientos de amor a la patria, en consonancia con el espíritu democrático que me ha animado siempre y de acuerdo con la íntima convicción de que el respeto a la voluntad del pueblo es el único y fijo derrotero para mantener la paz y con ella la vida de la República y la estabilidad de nuestras instituciones.

El momento actual, cuando el patriotismo debe sobreponerse a toda pasión partidaria, este momento, repito, es propicio para inculcar al ciudadano el respeto a la ley, armonía social y confianza absoluta en lo que nuestra Constitución consigna para evitar perturbaciones que, hoy más que nunca, serían de trascendentales y funestas consecuencias.

Por mi parte, con toda la fuerza de voluntad de que soy capaz; con todos los medios que pone en mis manos la autoridad de que estoy envestido, he llegado a prepararos el terreno para vuestras patrióticas labores e ilustradas resoluciones.

Entre esos medios, es sensible decirlo, se impuso la declaratoria de Estado de Sitio por Decreto el 16 de diciembre próximo pasado. Veía en la trama perturbadora de la paz, ya no una acechanza directa contra el personal del Ejecutivo, porque no considero a ningún hondureño tan desposeído de patriotismo que quisiera ensangrentar  al país cuando faltan contados días para la transmisión del poder que ejerzo.

La combinación  revolucionaria llevaba miras más profundas, más tenebrosas, más siniestras: Nada menos que la de dar en tierra con nuestras instituciones impidiendo a vosotros, los representantes del pueblo, la elección del ciudadano que debe ocupar la Presidencia de la República el 1º de febrero próximo.

Cuando la absoluta libertad en los comicios no ha sido bastante para contener los ímpetus revolucionarios de un puñado de ambiciosos; cuando ellos temen que la ley se sobreponga a intereses de círculo; cuando se quiere romper todo vínculo entre la voluntad del pueblo y sus representantes legítimos, en ese precioso momento debe estar pronta la acción del Ejecutivo, y la autoridad que ejerce ha de empeñarse, como efectivamente se empeña,  en hacer respetar los preceptos constitucionales.

La lucha electoral ha sido ocasión para que  el pueblo hondureño conozca las tendencias y programas de gobierno de sus directores políticos y escoja el que más armonice con sus opiniones; pero si de allí se desprende un grupo sin banderas, sin ideales, sin otra esperanza para dominar que los azares de la guerra civil, para ese grupo se tienen las medidas coercitivas, salvaguardias de las garantías de los asociados.

Porque, señores diputados, desde que con los elementos más valiosos del país y la eficaz y leal cooperación del Ejército nacional, pudo contener mi gobierno el avance revolucionario, rayando  en anarquía, desde entonces las disposiciones gubernativas tendieron siempre a procurar que todos los hondureños tomaran participación en la contienda electoral abrogando el decreto anterior de Estado de Sitio, para que, más tarde, ninguno pudiera quejarse de haber encontrado obstáculos a la consignación de su voto en calidad de ciudadano capacitado y libre.

En consecuencia, podéis preguntar, señores diputados, quien de los hondureños ha tenido cerradas las puertas de la Patria en el momento solemne de las elecciones. Hay emigrados voluntarios, pero proscrito por disposiciones gubernativas, ninguno.

No había entonces en toda la República, encarcelados por sus opiniones políticas. Nunca he conceptuado punible el ejercicio de ese derecho sagrado,  y al contrario, lo considero como salvaguardia de la autoridad que sabe respetarla.

Tras el cumplimiento de ese precepto de sociología práctica, quise avanzar más y más en el camino de la concordia nacional; y la generosidad de los límites de la ley, fue mi guía para conseguirla. Aquellos procesos incoados contra insurgentes, incluyendo a promotores secundarios y principales, atraídos o mejor dicho, perturbados con halagos irrealizables, fueron cancelados. Creí en la efectividad de la indulgencia que atrae simpatías, antes que en el rigor que las aleja.

En mi categoría de mandatario; honrado con el más alto grado en el Ejército de la República, nunca olvidé que sobre todo soy ciudadano hondureño, respetuoso a la opinión ajena, admirador de la libertad, y por eso siempre busqué para los delincuentes políticos, algún atenuante a su impaciencia por llegar violentamente, antes que por los medios legítimos, a satisfacer sus ambiciones personales o de círculo.

Entre las libertades consignadas en nuestro código fundamental, tengo en calidad de predilecta la libertad de prensa. En mi opinión la prensa merece aún más el título de Cuarto Poder del Estado con que la exalta: Parece que los reuniera todos, porque tiene voz en el recinto del Congreso,  lleva sus reclamos hasta los más altos tribunales de justicia y exige del Poder Ejecutivo, paz progreso y libertad, señalándole derroteros para conseguirlos.

En mi actuación de gobernante, siempre me ha señalado mejor camino la censura que la adulación. Pero si ese elemento tan fuerte y eficaz para regular el organismo social se extravía y se torna en perturbador, pierde sus derechos e inmunidades para caer bajo la sanción de nuestras leyes.

Así habréis visto, señores diputados, que todo el acaloramiento de la  señores diputados, que todo el acaloramiento de la contienda electoral, una vez, sola una vez, la autoridad tuvo que reprimir el desborde de un Periodista, y esto fue cuando traspaso a los límites del derecho ciudadano y entró de lleno en el terreno punible de la injuria, de la calumnia y  del desacato a la persona del Presidente de la República; porque la tolerancia y  la impunidad en caso tan grave, habría equivalidado al consentimiento de la revuelta que desde entonces se presagiaba.

Quiero ser el primero en olvidar las injusticias con que ha sido calificada mi conducta de Gobernante, desde que se inicio la campaña electoral.

En la ofuscación partidaria; en medio de interés político divergente, y cuando para desmeritar un candidato lo primero que se esgrimía era el arma de “La Imposición Gubernativa”, sin darse cuenta de que era ilógico suponer siquiera, tal imposición a favor de tres que se disputaban el triunfo; cuando eso sucedía, aún en el momento preciso de depositar el voto los ciudadanos, me vindica de todo cargo mi pueblo, mi querido y respetado pueblo hondureño, presentándose a las urnas, en tal multitud, que el electorado de octubre último alcanzó según datos oficiales, la cifra de 103,266, sobrepasando en muchos números a la de 1912, que tuvo 78,290; El de 1916, y al de 1920, por el que tuve la honra de llegar al alto puesto que ocupo, 98,124; hago referencia solamente a estos últimos cuatro períodos, porque son los sobresalientes en los anales de nuestra Historia Electiva.

No puedo encontrar; Señores Diputados, ni mejor ni más honroso medio que el vuestro para manifestar a todos los ciudadanos hondureños mi sincero reconocimiento por su fe en mi palabra y confianza en mis promesas de absoluta libertad en los comicios. Ese sano criterio popular no perturbado, ni aún en el  acaloramiento de la pasión política, y el vuestro, laborando con toda calma en el campo donde desaparece el partidario y surge el Representante de la Nación, me hacen esperar un fallo justiciero en todos los actos administrativos de que paso a daros cuenta.

GUERRA

Hay en la memoria de Guerra datos tan interesantes, cuadros tan gráficos, referentes a la organización, movimientos, fatigas y gastos de nuestro Ejército Nacional durante la última rebelión armada; y por otra parte, notas exactas sobre las depredaciones, saqueos, vejámenes, etc., consiguientes a la invasión, derrota y desbandada de los rebeldes, que acogiendo el pensamiento del Señor Ministro del Ramo; éxito a los hombres de letras para que traspasen páginas consignadas allí a los textos de nuestra Historia Patria, seguro de que esas lecciones objetivas, esa enseñanza práctica, infundiendo horror a la guerra civil, despertarán amor a la paz.

Por muchos que hayan sido los esfuerzos del Ejecutivo en el sentido económico, tal como se deja ver en las bonanzas de Hacienda, viene del Ramo de Guerra a hacerlos nugatorios en su mayor parte, porque ante todo esta la conservación de la vida nacional.

Quiero haceros presente, Señores Diputados, que aunque en mi período Administrativo se anota poco más de un año en paz, la memoria de Guerra abraza los meses de agosto y septiembre del año anterior, cuando la furia de la  revuelta llegó a su más alto grado de intensidad.

Depúrese, pues, con datos exactos lo que a la Guerra Civil y al régimen ordinario corresponden, y sirva su comparación de estímulo para inclinar a nuestros ciudadanos ala vida del orden, prometedora de bienestar y de progreso individual y colectivo.

Se impone la necesidad de confiar al Ejército la misión  de implantar en la Mosquitia el Régimen Administrativo que impera en el resto de la República.

Hay en la Memoria respectiva observaciones tan juiciosas a este respecto, que son dignas de que las toméis en consideración para convertir en ley lo que ahora se os presenta en calidad de iniciativa. La Mosquitia es una porción del suelo patrio, y es necesario prestarle más atención, haciendo sentir a sus habitantes lo que vale la acción de las leyes para mejorar costumbres, normalizar transacciones, e impulsar el progreso.

Que ha de ser la fuerza militar la primera que avance en esa obra de regeneración, se explica por las  posibles resistencias que sus moradores impondrán a la autoridad que llega a implantar el orden legal a que deben someterse.

Tegucigalpa, 1° de enero de 1924

(f) R. LÓPEZ G.

Fuente: Biblioteca Militar

REVOLUCIÓN DE 1924.
SEGÚN INFORMES ENVIADOS POR EL MINISTERIO AMERICANO EN TEGUCIGALPA AL DEPARTAMENTO DE ESTADO EN WASHINGTON.

Al terminar su período el Presidente General Rafael López Gutiérrez se declaró dictador de Honduras, ya que el Congreso Nacional decía que ninguno de los candidatos de la campaña anterior tenía la mayoría de votos; y así comienza una nueva revolución. Casi la misma historia de 1903.

8 de noviembre de 1923.

Las condiciones políticas son peores ahora que en todos los tiempos para el período de las elecciones. Policarpo Bonilla está tratando de convencer a Juan Ángel Arias para que fusionen las dos facciones y así derrotar a Tiburcio Carías en el Congreso.

Sin embargo J. A. Arias por su lado quiere llegar a un arreglo con Carías; el Presidente López Gutiérrez está a favor de la unión entre Arias y Bonilla y así lograr salvar al Partido Liberal y colocar a Bonilla como Presidente. Si esta unión se llevara a cabo, Carías comenzaría una revolución inmediatamente.

Si el Congreso no logra elegir un Presidente, López Gutiérrez tendría que dejar el Poder en un Consejo de Ministros.

El General Carías cree que no se llegara a un arreglo satisfactorio y que la única salida es comenzar una revolución. También esta convencido que el Presidente López Gutiérrez, el  Doctor Bonilla y Arias están en su contra y que le toca a él solo pelear.