17 Agosto 2014
Juan Ramón Martínez
Para 1912, era obvia la necesidad de reorganizar la Iglesia Católica hondureña. Era evidente igualmente, que la sede debía trasladarse a Tegucigalpa, que el amplio e incomunicado territorio debía ser subdividido para atender mejor las necesidades espirituales de la población que lo ocupaba; y que nuevos dirigentes se hacían sentir en la cúpula de la Iglesia. Ante la falta de sacerdotes hondureños, estaba tomada la decisión de enviar sacerdotes extranjeros para que trabajaran al servicio de la Iglesia hondureña, no sin despertar discretos sobresaltos entre algunos sacerdotes hondureños que veían que de esta manera sus posibilidades de ascenso en la jerarquía eclesiástica se verán sensiblemente disminuidas.
Entre algunos políticos liberales había cierta inquietud ante los sacerdotes extranjeros, especialmente los de origen alemán, que en momentos en que se libraba la Primera Guerra Mundial eran vistos como una encubierta avanzada imperialista alemana en Centroamérica. En 1909, como queda dicho, había llegado el padre Nieborowski y en 1910, Agustín Hombach que para 1923, sería elegido segundo Arzobispo de la Iglesia hondureña.
Además, el carácter laico del Estado hondureño es celosamente defendido todavía por parte de los liberales que están en el gobierno. Por ejemplo, en el programa de las fiestas de la independencia nacional del año de 1915, no se incluye ninguna celebración religiosa. 209 Igual cosa se observará meses después en ocasión de la toma de posesión de la Presidencia por Francisco Bertrand en que no se menciona al obispo Martínez, ni se efectúa ninguna ceremonia de carácter religioso.
La labor de la Iglesia y sus sacerdotes es, más bien, discreta. Y en ella, el gobierno y sus titulares, tienen muy poca participación. El 24 de octubre de 1915, se celebró una fiesta en honor a la bendición de la imagen de San Rafael y del Tobías de doña Trinita Viuda de Quiñónez, en la que se cantó un tedeum y una Salve, obra esta última del padre Hombach, con música del cura Zelaya. 210
Con el propósito de iniciar la reorganización y consiguiente fortalecimiento de la Iglesia Católica hondureña, el 25 de julio de 1915, fue consagrado en Costa Rica, monseñor Antonio Monestel, como obispo auxiliar de Honduras. El 29 de septiembre siguiente, según el Nuevo Tiempo, periódico muy vinculado al gobierno, era esperado por el obispo Martínez, quien se trasladó hasta el Sauce para darle la bienvenida.
Según la opinión oficial, entre el pueblo hondureño existía un “profundo y basto sedimento de catolicidad. Pero el alma nacional se levanta más allá de la silueta negra del fanatismo, planta nociva de Honduras no conoció y que no podrán arraigar aquí los acentos de la más encendida elocuencia. En cambio se aprecia al clero secular y regular, por la institución en sí y por la honradez personal de los consagrados”.211
Es evidente que tales declaraciones tenían el propósito de neutralizar, en forma muy discreta, pero evidente, que se asumiera que la actitud del gobierno era la de favorecer una situación de inmovilidad en la Iglesia local, frente al dinamismo de los elocuentes sacerdotes recién nombrados.
Mientras tanto, la colaboración del Estado hacia la Iglesia, tenía características muy irregulares. Casi siempre tal colaboración, cuando se daba, se inspiraba más en motivos personales, de mutua simpatía entre gobernantes y líderes religiosos, que en motivaciones de tipo institucional. Cuando se trataba de relaciones entre el gobierno y la Iglesia como institución, las cosas no eran tan fluidas.
Por ejemplo en 1916, el Congreso Nacional denegó una petición del padre Baldisserotto, en el sentido de obtener una subvención mensual de 200 pesos para el Instituto San Miguel. Los argumentos en contra que se usaron fueron los siguientes:
a) Que la enseñanza costeada por el Estado es laica, debe ser, preceptúa la Constitución, esencialmente laica, libre de creencias religiosas. Que por lo mismo, no puede el erario nacional apoyar planteles donde se impartan las enseñanzas religiosas de cualquier creencia;
b) Que además, los salesianos pretenden aprisionar el alma infantil para dominar mañana al ciudadano y someter a servidumbre la sociedad; y,
c) Que el sistema desarrollado por ellos (los salesianos) es toda una reacción, peligrosa para el pensamiento libre y lo mismo para el porvenir de Honduras. 212
Es evidente que tales consideraciones suponen la opinión especial que el Estado hondureño tiene con respecto a la Iglesia Católica. Además, configuran la fuerza potencial y el temor que la misma representa para un modelo político basado en la supresión de las influencias de la religiosidad en los asuntos generales de la sociedad hondureña. Sin embargo, esta conducta de parte del Estado hondureño -expresada en la resolución del Congreso Nacional- no es del todo coherente, porque en esa misma fecha, el gobierno hondureño sostiene económicamente un colegio protestante que funcionaba en Santa Cruz de Yojoa y además contribuye con el sostenimiento del Colegio María Auxiliadora de Tegucigalpa.
Era evidente que existían en 1916, resquemores, prejuicios y no pocos sentidos encontrados, al momento que la Iglesia Católica intenta renovarse, mediante la reorganización de sus estructuras internas.
Posiblemente, quienes iniciaron tal reestructuración estaban conscientes de las resistencias que encontrarían, porque era obvio que los católicos hondureños no veían, mayoritariamente con mucho entusiasmo a los extranjeros y los sacerdotes nativos no escondían sus temores e inquietudes ante el avance de sacerdotes más ilustrados y, lo que es más importante, menos inclinados a depender del favor de los políticos de turno.
En 1912, Monseñor Juan Cagliero vino a Tegucigalpa con el fin de convencer al gobierno de Manuel Bonilla para que otorgara la aquiescencia que le permitiera a la Iglesia Católica hondureña “llevar a cabo la división de la diócesis hondureña”.
El gobierno del general Bonilla se opuso a la división de la diócesis hondureña, fundado en razones que en la época se llamaban de “Conveniencia Nacional”. En nota de la Cancillería Hondureña se dice que “es un hecho notorio que desde largos años atrás la pobreza de la Iglesia de Honduras ha sido extremada, hasta el punto que la vida del prelado y la de su clero, ha sido difícil y más lo habría sido sin los auxilios oportunos que ha recibido. Las causas que han producido tal situación subsisten y no podrán desaparecer tal vez en mucho tiempo, puesto que se relacionan con la crisis por la que el país ha atravesado. La creación de nuevas diócesis y de jerarquías eclesiásticas, es lógico que traería consigo mayores gastos que bajo concepto alguno podrán sufragar pueblos empobrecidos, y hoy, por las malas cosechas, hasta necesitadas del auxilio que el gobierno les presta para no sufrir hambre”.
Según la opinión de los sectores vinculados con el gobierno, el Secretario de Estado de su Santidad contestó al señor Ministro de Relaciones Exteriores, expresándole que la Santa Sede tomaba en consideración los motivos que justificaban la negativa. La Iglesia aceptaba en 1912, los conceptos del gobierno, en espera de mejores condiciones políticas.
Fuente: Juan Ramón Martínez, Honduras, Las Fuerzas del Desacuerdo, Editorial Universitaria, UNAH, Tegucigalpa, 1998
209 NUEVO TIEMPO, Tegucigalpa, septiembre 13, 1915
210 NUEVO TIEMPO, Tegucigalpa, octubre 27, 1915
211 NUEVO TIEMPO, Tegucigalpa, noviembre 29, 1915
212 NUEVO TIEMPO, Tegucigalpa, febrero 3, 1916