08 Junio 2014
Prof. MARTÍN ALVARADO RODRÍGUEZ
Tiempos precolombinos
Como en todos los países, la educación en Honduras ha tenido varias fases al través de las distintas épocas de su historia.
En relación con los tiempos precolombinos no tenemos conocimiento alguno de cuáles fueron los principios fundamentales de educación que prevalecieron, ni la forma en que nuestros antepasados pudieron aplicarlos en el terreno de la práctica. Porque aunque nuestros indígenas fueron encontrados por los españoles en un estado de degeneración cultural, si se toma en cuenta el gran adelanto alcanzado por los Mayas y las otras influencias de civilización que aquellos recibieron, es bien sabido que tenían algunos conocimientos científicos y artísticos y ejercitaban sin duda alguna técnicas que les ayudaban en la conservación de la vida y en el ejercicio indispensable del convivio social. Pero la historia no nos cuenta de qué manera eran transmitidos esos conocimientos de generación a generación.
PERÍODO COLONIAL
La educación en los tres largos siglos de dominación española en nuestra tierra fue de carácter esencialmente religioso.
A principios de la colonización fue el rey Felipe II el más interesado en la catequización de los indígenas de América, quizá por aquello de que prefería morir antes que gobernar sobre infieles.
Esta catequización que constituyera la primera educación colonial que se recibiera en Honduras, se llevó a efecto por medio de las misiones que fueron confiadas especialmente a dos órdenes religiosas: los Franciscanos y los Mercedarios. Estas misione4s las integraban por lo regular dos o tres frailes, que a veces iban solos, confiados en la protección divina, y otras veces, más precavidos, a sabiendas de la ferocidad de los nativos, se hacían acompañar de pequeñas guarniciones militares.
Los sacerdotes se encargaban de enseñar a los indios la religión Cristiana; les hacían obsequios de ropa para cubrir sus desnudeces; les hacían aprender algunas sencillas industrias; les enseñaban a cultivar la tierra e introducían nuevos cultivos; les proporcionaban animales domésticos para ellos desconocidos; les construían viviendas adecuadas que agrupaban en reducciones, por vivir generalmente diseminados en las montañas y en parajes inconvenientes y sin ningún orden.
El implantamiento y el ensanche de la Religión de Cristo constituía el fundamento primordial de la función educativa en la América Hispana.
El Estado Español ofrecía a los indios lo que consideramos como el súmmum de todo bien. Y por eso, de las universidades, de los colegios y seminarios, de las escuelas y de todo otro centro de cultura fueron surgiendo para ser esparcidos por todos los rumbos los sentimientos de fe y de piedad religiosas.
Fortalecidos en esta manera los misioneros, lo dejaban todo para realizar su meritoria labor, sufriendo con paciencia toda clase de privaciones, penalidades y sinsabores, sin excluir el martirio, en su empeño generoso de evangelizar a los indígenas.
El Padre Fray Esteban Verdelete fue uno de los primeros misioneros en nuestro país. Pertenecía l padre Verdelete a la congregación de los Franciscanos, era muy instruido y muy piadoso. Vivió algún tiempo en Comayagua, en donde desempeñó el cargo de Guardián del convento de San Francisco, y en 1604 fue enviado a convertir a los infieles de la Taguzgalpa (Mosquitia). Fue acompañado de fray Juan de Monteagudo, pero esta vez tuvieron que regresar por n haber encontrado la cooperación que necesitaban de4 los nativos. Hizo un viaje a España el Padre Verdelete a solicitar ayuda para su noble empresa, ayuda con la cual pudo continuar sus empeños. Ahora llegó cerca del río Segovia, acompañado de fray Andrés de Marcuellos. Estos santos varones fueron asesinados por los indios tahuacas, a orillas del mismo río; esto sucedió en el mes de enero de 1612.
Años después, en 1624, los frailes Cristóbal Martínez de la Puerta, Benito de San Francisco, Juan Baena y Luis de San José de Betancourt, fueron a catequizar por el lado de Trujillo y cabo de Gracias a Dios, quienes también fueron martirizados por los nativos. Con buena suerte, fray Baltazar de la Torre logró, en 1657, cristianizar más de bien indígenas en la propia región del Cabo de Gracias a Dios.
Entre los años de 1667 a 1674 estuvo misionando en la región de los Xicaques, fray Fernando de Espino, en donde logró convertir al Cristianismo muchos indios; y en compañía de fray Pedro Ovalle establecieron nuevas reducciones.
En la región el Lean y de Mulia (departamentos actuales de Atlántida y Yoro), actuaron muchos misioneros, siendo el principal, fray Pedro de Alcántara.
El doctor fray Antonio de Guadalupe López Portillo, uno de los mejores obispos de la Diócesis de Comayagua, impulsó y protegió las misiones de los pueblos de Gracias y Tegucigalpa, en 1736.
Para realizar sus labores los misioneros aprendían los dialectos de los naturales y establecían escuelas y ermitas en donde ejercían su ministerio. En el año de 1805 tuvo el honor nuestra tierra de ser visitada, en compañía de otros misioneros, por el ilustre hombre de ciencia, fray José Antonio de Liendo y Goicoechea, quien fue profesor de Filosofía nada menos que de Josué Cecilio del Valle y de Dionisio de Herrera, en la Universidad de San Carlos, de Guatemala.
Vino a Honduras el padre Goicoechea a evangelizar a los indígenas de la montaña de Agalta, en el actual departamento de Olancho y su labor fue de gran beneficio, habiendo realizado las reducciones del Santísimo nombre de Jesús Procura, y de San Esteban de Tonjagua.
La llegada de los Borbones al Trono español mejoró notablemente el sistema colonial en América. En tiempos de Felipe V y Carlos III se ordenó el establecimiento de escuelas de primeras letras; pero desgraciadamente esta disposición en la mayoría de los casos no fue cumplida.
En relación con Honduras puede decirse que en esta época se crearon algunas escuelas por los religiosos, quienes hasta donde les era posible cumplían una misión cultural que mucho les ameritaba. Además de las escuelas parroquiales en las cuales los curas y los sacristanes impartían la enseñanza, se establecían escuelas servidas por maestros de buenas costumbres, en donde se aprendía a leer, escribir, algo de números y de Doctrina Cristiana. Por desgracia fueron tan escasos estos centros educativos, que en verdad su acción benéfica se h izo sentir muy poco. La masa del pueblo permaneció por lo general envuelta en las densas sombras de la ignorancia.
EDUCACIÓN SUPERIOR DURANTE LA COLONIA
Durante la colonia no hubo en América centros de segunda enseñanza ni de educación normal y comercial como las que funcionan en la actualidad. La enseñanza superior se impartía en los colegios, seminarios y en las universidades.
El señor obispo de Comayagua, fray Antonio Vargas y Abarca fundó en la Nueva Valladolid, que así se llamó también a Comayagua, un colegio seminario, en el año de 1725, en donde se establecieron las cátedras de Filosofía y otras materias como Gramática Castellana y Moral. En 1725, el señor obispo López Portillo mejoró en gran manera este establecimiento, el único que de su índole fue creado por entonces en nuestro país. Por esta falta de planteles de enseñanza superior varios jóvenes hondureños tuvieron que salir de su Patria para satisfacer sus anhelos de superación intelectual. Entre otros pueden ser citados José Cecilio del Valle, Dionisio de Herrera y José Santiago Milla, que estudiaron en la pontificia Universidad de San Carlos Borromeo de Guatemala, Juan Lindo que se graduó de abogado en la Universidad de la ciudad de México, y José Trinidad Reyes en el Colegio San Ramón, en León, Nicaragua. Los jóvenes que entre nosotros carecían de recursos pecuniarios y deseaban ilustrarse un poco, después de asistir a las escuelitas privadas recurrían a la generosidad del fraile Antonio Murga y de otros sacerdotes españoles, quienes les servían clases de latín, gramática castellana, música, dibujo y pintura, como sucedió con el general Francisco Morazán.
LA ENSEÑANZA EN HONDURAS DE 1821 PARA ACÁ
Si es verdad que desde hacía mucho tiempo el gobierno español había ordenado que en todas las capitales de provincias se establecieran escuelas oficiales para indios y ladinos, no fue sino hasta el año en que se realizó la Independencia Nacional en que efectivamente comenzó a generalizarse la enseñanza popular en nuestro país, aunque como era natural con métodos y procedimientos del todo inadecuados.
En 1830 el General Morazán, desde la Presidencia Federal de Centroamérica, decretó la organización de la instrucción pública, dotándola de rentas especiales.
En 1847, siendo presidente de la República el doctor Juan Lindo, fue fundada la Universidad Nacional a iniciativa del padre José Trinidad Reyes, quien fuera, además, su primer rector. El doctor Lindo atendió también la enseñanza primaria.
Siendo presidente de la República el general Santos Guardiola y obispo de Comayagua el padre Hipólito Casiano Flores, vino a Honduras, en el año de 1857 el misionero que mayor bien más ha hecho, el sacerdote español Manuel de Jesús Subirana. El misionero, llamado así por antonomasia, catequizó 2.000 indios misquitos, 150 tahuacas, 700 payas, 5,500 xicaques y 2.000 caribes de la Mosquitia. Hizo muchas ermitas y constituyó varios reducciones; edificó escuelas y las hizo funcionar con maestros capacitados.
Sus indios amados fueron dóciles y agradecidos y pagaron con amor y respeto a su bienhechos. Donde más permaneció el padre Subirana fue en la región de los Xicaques en Yoro. Está enterrado en la Iglesia de esta ciudad.
En la administración del doctor Marco Aurelio Soto se supo atender la causa de la educación nacional. Se creó entonces la primera escuela de niños en Tegucigalpa, dirigida por la señorita María Francisca Reyes (la maestra Chica), y 1881 fue decretado el primer Código de Instrucción Pública, se fundó el Archivo y la Biblioteca Nacionales y se atendió la educación popular.
En el último cuarto del siglo pasado no había todavía organización alguna en la Escuela Hondureña. No había plan de estudios ni programas; cada maestro determinaba lo que debía enseñarse y de acuerdo con las ideas dominantes, el ciclo de estudios primarios se reducía a nociones de Aritmética (las cuatro reglas), Gramática Castellana, Escritura y Religión. Para la lectura servía la famosa Cartilla de San Juan, para deletrear, y el Catón para decorar; para la Religión se empleaba el Catecismo de Repalda y el Histórico. Pequeños textos como el de Domínguez auxiliaban a los alumnos en Aritmética y Gramática. En cuanto a la escritura el maestro ponía “la muestra” a los niños y estos debían esforzarse en imitar lo más posible.
Propiamente no había división del trabajo en grados, pero existía clasificación de alumnos en aprovechados, medio aprovechados y principiantes. Para los estudios, todos los alumnos formaban un conjunto abigarrado, y cuando estudiaban simultáneamente la lección “hacían un bullicio intenso y confuso”, típicamente escolar de aquel entonces. Los asientos eran pesados y altos bancos sin respaldo, quedando los pies de los niños casi siempre en el aire.
Cuando el Director salía, cuidaba del orden uno de los “decuriones”, designado previamente por el jefe de la escuela. Era el sistema de los monitores de F. Lancaster, que también llamaban “Decuriones”, que estuvo en boga en toda la América.
En disciplina se usaba el “quita calzón”, la palmeta y el chilillo; también se castigaba con palmeta y encierro. Pero apenas se ausentaba el maestro, la Escuela se convertía en “campo de Agramante”, pues los más grandes echaban a pelear a los más pequeños lo mismo que a los medianos, resultando que cuando el jefe regresaba advertía en muchos rostros moretes, araños, promontorios y hemorragias nasales.
Como el maestro no tenía ayudantes de4sempeñaban este oficio los alumnos más aventajados, quienes cooperaban con el maestro a “tomar la lección”.
En Olancho se recuerda con veneración al maestro Francisco de Paula Flores, a quien sus discípulos erigieron un busto en el centro del parque de Juticalpa, por haber sido este ilustre cubano el maestro que educó a muchos jóvenes de aquella importante sección de Honduras, y que han sido muchos de ellos timbre de honor para la Patria, como Froylán Turcios, Alfonso Guillén Zelaya y José Antonio Domínguez.
En la administración del general Luis Bográn fueron contratados para impartir la enseñanza en nuestro país los profesores españoles Arturo Morgado y Calvo, que preparó y fue publicado un texto de Aritmética Elemental, Francisco Canizares, Juan Guillén Ruiz, Andrés López Martínez, Antonia Cardó y Montardo, Juana Lamas Basó, Salvador Rodríguez y Sánchez, Tomás Mur y otros.
Vinieron a dar lustre a la enseñanza varios profesores guatemaltecos como Clemente Chavarría, Ignacio Jordán, Carlos A. Velásquez, Rodrigo Castañeda e Inocente Orellana, que laboraron con toda eficiencia en la educación nacional.
Durante la segunda administración del general Leiva fue fundada en Comayagua la Escuela de Derecho, que funcionó hasta 1904.
El primer Director General de Instrucción Primaria fue don Francisco A. Alvarado, en 1895, y quien hizo el primer Reglamento General del mismo organismo fue el licenciado Ricardo Pineda, en su carácter de Director General.
También en 1895 fue fundada la Escuela Complementaria para Señoritas, establecimiento que se convirtió en 1905, en Escuela Normal, siendo su directora la señorita guatemalteca Carlota del Castillo.
En tiempos del doctor Policarpo Bonilla el gobierno de Chile ofreció al de Honduras cuatro becas de especialización en el Instituto Pedagógico de Santiago, las cuales fueron otorgadas a los jóvenes Luis Landa, Pedro P. Amaya, Manuel F. Barahona y Carlos Lagos, quienes se especializaron en Ciencias Naturales, Matemáticas, Geografía e Historia y Castellano, respectivamente. Estos profesores de Estado han proporcionado muy buenos servicios al país.
En 1905 el gobierno del General Manuel Bonilla fundó la Escuela Normal de Señoritas y un año después la Normal de Varones; para dirigir este establecimiento fue nombrado el profesor guatemalteco don Pedro Nufio, quien había venido contratado para dirigir la Escuela Superior de Danlí.
El Presidente doctor don Francisco Bertrand continuó la magnífica obra educativa del general Bonilla, y siendo Subsecretario de Educación Pública, encargado del Despacho, el doctor don Esteban Guardiola, se llevaron a efecto importantes exposiciones escolares, con trabajos manuales de todas las escuelas y colegios de la República y se organizaron por primera vez las Misiones Escolares en la Mosquitia. Merece especial mención el profesor chileno don Manuel Soto Vivanco. Este ilustre maestro vino a Honduras contratado por el Gobierno del General don Miguel R. Dávila, para orientar la educación primaria, habiendo sido nombrado Director General del ramo. El profesor Soto Vivanco desarrolló una labor meritísima. En honor a su memoria, la Escuela del barrio “Morazán” de Tegucigalpa, lleva su nombre. También es digno de ser recordado el profesor guatemalteco don Samuel Guevara, por su interesante actuación en la Dirección General de Instrucción Primaria.
Haciendo un resumen de todo lo anteriormente expuesto, los puntos culminantes de la Educación en nuestra tierra, durante el período independiente, consideramos que son los que siguen:
Primero. La fundación de la Universidad Nacional, en que fueron factores principales el padre Reyes y el doctor Juan Lindo; el primero como organizador y primer Rector, y el segundo como Presidente de la República, que le brindó todo su apoyo.
Segundo. La catequización de nuestros indígenas realizada por el Misionero Manuel de Jesús Subirana, natural de Manresa, España.
Tercero. Venida de los profesores de otros países que supieron dar una buena orientación a la enseñanza.
Cuarto. La fundación de las Escuelas Normales, centros estos que han venido desempeñando la función medular en el desenvolvimiento cultural del país.
Siendo Presidente de la República el doctor Miguel Paz Baraona y Ministro de Educación Pública el doctor Presentación Centeno, fueron declarados beneméritos de la Educación Nacional los personajes siguientes: Presbítero Manuel de Jesús Subirana y profesores Francisco de Paula Flores y Pedro Nufio, habiendo sido colocados sus retratos en el Salón de Honor de la Escuela Normal de Señoritas.
Las Escuelas Normales han sido y siguen siendo semilleros de maestros y maestras que desde hace más de medio siglo han venido haciendo luz en la conciencia de los hondureños, y lo que es más, de su seno han egresado elementos de gran valía en los distintos aspectos de la cultura, ora en las ciencias, ora en las artes, ya en la política como en la diplomacia y el periodismo, poniendo siempre muy en alto el nombre del plantel en donde recibieron el pan del saber.
En relación con las maestras, ellas han sido y siguen siéndolo, especialmente en el aspecto social, quienes llevan la batuta en la organización y funcionamiento de las agrupaciones femeninas.
En los últimos tiempos la educación ha evolucionado mucho en nuestro país y es de esperarse que con el apoyo a que tiene derecho de parte de las autoridades respectivas, que ha de ser amplio en el verdadero sentido del vocablo, la Escuela Hondureña cumplirá en n o lejano día, a cabalidad, su luminoso destino.
Fuente: Revista de4 la Academia Hondureña de Geografía e Historia