23 Marzo 2014
Aro Sanso
Regresó de Pont Chartrain sin mejoría sensible, a fines de agosto. El doctor Juan B. Sacasa, de paso para México, y el doctor Alduvín opinaron que no debía hacérsele la segunda operación, porque el corazón lo tenía muy débil, y lo mismo opinó un especialista en enfermedades de esta víscera; pero él deseaba que se le hiciese, porque si tenía éxito, prolongaría su existencia sin dolores e inquietudes y no quería vivir siendo una carga para su familia, agobiado por la enfermedad.
Ocho días antes de que esta se practicara, su secretaria después del mediodía, al dirigirse a la calle, lo vio escribiendo a máquina y se ofreció para hacerle el trabajo. Contestó concisamente que no y ella lo supuso disgustado quizás porque se iba cuando más la necesitaba, protestando que no tenía necesidad de salir. Pero aquellas cartas solo él podía escribirlas: eran el último adiós a su familia, para doña Emma, Juanita y Emmita, y en ellas expresaba su última voluntad, a falta de testamento.
En la primera, entre otras cosas hacía votos porque los hondureños abandonasen la manía revolucionaria, y en una era de paz y de cordura, sepultando los odios y rivalidades infecundos, para siempre, se dedicasen a la reconstrucción nacional, la única manera de borrar el pasado sangriento y loco y conquistador un lugar honesto entre las demás naciones de la tierra. No es ese el sentimiento de un revolucionario, sino el de un hombre purificado por el profundo amor a su patria.
Fue trasladado al Hotel Dieu el 10 de septiembre en el mañana. Antes de ser operado, un sacerdote jesuita, miembro importante de esa congregación en new Orleans, llegó a su cuarto de hospital para ofrecerle los servicios religiosos y ponerlo bien con Dios. Pero el doctor Bonilla no creía en Dios al través de los dogmas religiosos, que son una maraña tejida como a propósito para ocultar al Ser Supremo a la comprensión de los hombres, si no al través de su conciencia y la naturaleza le daba testimonio de El.
Dios para él estaba más allá de la ciencia y del arte. ¿Lo negó? NO. Dios existía, aunque pudo ser un indiferente a este respecto, sin que su indiferencia le impidiese ser un hombre justo. Sócrates aconsejó a sus discípulos que nutrieran su entendimiento con todos aquellos conocimientos que sirviesen para hacerlos virtuosos y desechasen aquellos en que su espíritu, demasiado débil, podía naufragar, sin darle ningún bien. El conocimiento de los astros era de éstos. El doctor Bonilla, era, pues, un espíritu socrático. Lo era por su virtud y por el conocimiento y dominio perfectos de sí mismo, que le facilitaron el conocimiento y dominio de los demás hombres, para juzgar a los cuales descartaba su temperamento y fungía sólo la razón. El no hacerlo así ha engañado a muchos y esto se ve frecuentemente: casi toda la literatura, casi todo el arte, no son otra cosa que la naturaleza vista al través de un temperamento. Esto creo que lo ha dicho Zola o Taine. Cuando ese velo se corre, el arte es sublime y sólo muy pocos lo comprenden. El Dante se remonta casi solo al Paraíso.
El cura jesuita que lo fue a ver, con todo y ser lo que era: un miembro importante de la congregación, diestro en la dialéctica, salió vencido, murmurando con la cabeza inclinada, estas palabras: “¡Qué talento de hombre!”.
Las hermanas de la caridad del Hotel Dieu, que ya habían pensado en la confesión, le salieron al paso al sacerdote para insistir; pero éste les rogó que lo dejaran tranquilo, porque ya había hablado bastante con él.
Fue operado el 10 de septiembre, en la mañana, previa anestesia general, que no lo dominó completamente. Cuando lo trasladaron a la sala de operaciones a su cuarto, estaba ya despierto y hablaba a quienes lo rodeaban. Por la noche de ese día habló incesantemente y se le advertía que esto lo fatigaba. El 11 a eso de las dos de la tarde, vio a la muerte de pasos cautelosos acercarse a su lecho de agonizante. “Se perdió, Ricardo”, dijo al doctor Alduvín, e indicó buscasen las cartas que dejaba. Murió a las seis, hallándose presentes los miembros de su familia, todos los hondureños residentes en New Orleans y algunas otras personas.
Su cadáver fue trasladado a la capilla mortuoria de Bultman, en la Calle Magazine. El reverendo Reymond Carra, Rector de la iglesia Católica de San Patricio, presidió los servicios fúnebres en dicha capilla, oficiando una solemne misa de requien a las nueve de la mañana del 13. Después se trasladó al Cementerio Metaire de New Orleans, donde permaneció temporalmente, y en el mes de agosto de 1928 fue trasladado a esta capital a esfuerzos de su viuda doña Emma.
Su muerte conmovió profundamente la conciencia del pueblo centroamericano y sus enemigos se sintieron satisfechos, porque al fin se les quitaba de delante aquel en cuya presencia aparecieron todos como pigmeos.
Los alemanes lo recordaron con motivo de su muerte (o), y la prensa de Centroamérica hizo su apología, por medio de la cual le rindieron tributo aún que lo habían adversado; más quienes lo amaron tuvieron oportunidad de honrar su memoria, al ser trasladado su cadáver a la ciudad natal, por medio de la palabra hablada o escrita.
Existe una crónica (p) detallada de las honras fúnebres que se le hicieron al regresar por última vez a la patria: “muerto, pero inmortal”, según feliz expresión del doctor Alberto Uclés.
Tegucigalpa, 4 de diciembre de 1934.