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Los cayos zapotillos

08 Agosto 2015

 

Por: Gustavo A. Castañeda S.

Están situados al Noroeste de Omoa, y casi en línea al norte de la desembocadura del río Tinto, que desagua en el estuario del río Motagua: su posición astronómica, no verificada exactamente, es 16° 13´ 5” latitud Norte, y 88° 12´ 18” y 88  51´ 9” longitud Oeste del meridiano de Greenwich.

Geográficamente, son los cayos más meridionales del arrecife que sirve de cintura protectora a la abierta costa de Honduras Británica; y distan aproximadamente veinte kilómetros del cabo Tres Puntas y cien de Roatán, al Oeste.

El grupo se compone de seis cayos o isletas de arena que han ido con el tiempo aumentando de superficie: la actual es la siguiente:

Racked……………………….1.21 Has.
Lime………………………….. 2.85 ”
Hunting…………………….. 4.86 ”
Necklas o Nicholas…… 4.05 ”
Franck………………………. 3.64 ”
North East………………… 0.81 ”

Tienen la particularidad de poseer agua potable, para obtener la cual no hay necesidad de excavar, sin arte ni ciencia, sino de tres a cuatro pies. El suelo arenoso no acusa ninguna vena de agua que llegue de tierra firme, por más que debe existir bajo la capa de talpetate en que los cayos están asentados, en medio de un mar hermosamente verdoso y tranquilo, cuya característica los hace accesibles en toda época del año, poseyendo bahías bellas y pequeñas, pero de no mayor profundidad de 5.5 metros.

Los cayos están a un nivel uniforme de 0.12 m. sobre el nivel del mar que los circunda, y entre ellos hay canales seguros, estrechos y tranquilos. Al Norte de los cayos hay varios bajos que exigen cuidado para la navegación.

Contra toda regla en estas latitudes, los cayos no los sustenta base coralina ni acusan coral en su composición: la masa de arrecifes al Norte sigue la dirección de las Islas de la Bahía y sirve de contra fuerte a los cayos en un remanso marítimo en que apenas riza el viento las olas.

Aunque, como atrás se dice, no han tenido siempre la misma superficie, es indudable que los Zapotillos son los Cayos Paliaca de las cartas marinas españolas de la época de la colonización, con los naturales errores de ubicación, puesto que no hay si no una sola noticia de haber sido visitados para llevar piedra a la construcción del fuerte de Omoa.

Fueron pescadores, portugueses según testimonios obtenidos por el autor, los que primero se asentaron en los cayos, huyendo de nuestra inquietud bélica de por 1862.

*Manuel Cabral se llamó ese portugués que allá se radicó, quien con mujer de color procreó tres hijos: Francisco, Antonio y Luisa Cabral, que heredaron del padre el color blanco, la robustez y la dedicación al trabajo.

Más o menos por el mismo tiempo llegaron a Omoa, entonces el principal puerto de Honduras, procedentes de Curazao, los hermanos comerciantes Federico, Antonio y Jacobo Delbrot. Manuel Prince y otros.

En tanto que Cabral hacía el negocio de los cocos, entonces más valioso que el del banano y de la misma caoba, propietarios de embarcaciones, se ocupaban del comercio llevando a Belice ganado y trayendo mercaderías. Era natural, pues, que estando en la ruta, los Delbrot viesen los cayos y llegasen a ellos, trabando relaciones con los propietarios ocupantes.

De esas relaciones resultó lo inevitable aún en centros poblados: Federico Delbrot, el más rico, el que tenía los dos barcos más grandes, el Colibrí y la Juanita, se prendó de la hija de Cabral y la hizo suya sin gazmoñerías de iglesia ni expedientes de alcaldía.

No sabemos si hubo descendencia de esa unión, pero si produjo el acercamiento de ambas familias y el acrecentamiento de la siembra de cocoteros para aumentar el patrimonio, como efectivamente resultó; y como el dinero se impone y manda, Cabral fue vendiendo poco a poco sus derechos en los cayos a Delbrot, su yerno natural, siendo Hunting el primero que compró. Lógico fue que los dos hijos de Cabral no salieran de los cayos, pero en ellos quedaron ya como subalternos en el cuidado de los cocales y dedicándose a la pesca.

Las cosas seguían apacible su rumbo, y Delbrot, al morir, algún tiempo después de muerto su suegro, dejando una gran fortuna, legó a Luisa Cabral los cayos comparados a su padre y valiosas propiedades en la cercana colonia británica.

Luisa Cabral, nacida y criada en puro contacto con la amable naturaleza de los cosos y del mar: sin los trajines, preocupaciones ni imposiciones de loa civilización, y sin inquietudes, quedó una moza rozagante y opulenta, apetecida y apetecible, blanca codiciada entre sus negros vasallos de la Colonia.

Conocía ya el secreto de la vida y su sangre pedía el tributo debido, hirviendo en sus venas latinas. No fue extraño entonces que al presentarse, quizá no tan casualmente, en los cayos Manuel Hernández, no hubiese entre ambos la atracción humanamente carnal que en aquellas soledades constituye el móvil y fin de la existencia.

Vivo y vivaz, como buen mexicano. Hernández era por otra parte un guapo hombre, trabajador y osado; y no pudo dar al idilio otro desenlace que el matrimonio con la bella Luis Cabral, de cuya unión nació la actual ocupante de los cayos, doña Judith Hernández que vive allá a la sombra de los recuerdos de sus muertos, que allí tiene enterrados y cuida, y al amor de sus hijos pequeños, ya que los mayores se educan en Nueva Orleans.

Judith Hernández ya está en el mediodía de la edad, y sin embargo, acusa en sus formas y facciones la belleza de la madre y el garbo del padre, cuyos retratos hemos tenido a la vista en la elegante y cómoda casita de madera y zinc en que vive en el cayo Hunting.

Racked era solo una salmedina de arena que apenas aparecía cuando bajaban las mareas y donde Manuel Cabral, apodado el Portugués, notó que permanecían durante muchos días (como ocurre hoy en algunos cayos) las basuras y maderas que tiran al mar las crecientes del Motagua: esta observación continua dio por resultado que Cabral y sus dos hijos, con arte y paciencia, transformaran la salmedina en el cayo hoy llamado de “los desperdicios”.

Lime era una salmedina más grande, en la cual alguna piedra había e hizo más fácil convertirlo en el cayo que es hoy: en una de tantas correntadas que allá remansaban, llegó una vez un coco ya con raíz y un palito que nadie acertó de que era, pues mientras uno decía ser lima, otro argüía ser limón y otro naranjo.

Los sembraron, y el coco fue el origen de los cocales, y el arbolito fue lima, que dio nombre al cayo, en otro tiempo el más poblado del grupo. Los Wagner que viven entre Puerto Cortés y Belice, son de ellos.

En el cayo donde vivió Cabral de preferencia (Lime Cay) hubo un árbol de zapotillo, de cual hubo simiente para dos más, que sembraron y desarrollaron y de los cuales se acordaban irremisiblemente quienes habiendo visitado los cayos, no recordaban  sus nombres ingleses, que la pronunciación negra hace más difícil recordar para quien no lo es, máxime si no habla inglés. De ahí el nombre de Zapotillos con que hoy se les llama y entonces se distinguían.

Con la baja del precio del coco ha languidecido la vida de los cayos, donde hay alrededor de doce mil árboles bien cuidados y que cargan bastante fruta, grande y sana. Hace poco tiempo otra plaga ha llevado allá el desconsuelo, y son las ratas: quién sabe en qué embarcación esos bichos llegaron; pero es el caso que se han propagado escandalosamente y han tomado por asalto los árboles, en los cuales no dejan sazonar los cocos, pues los roen: por el suelo se ven los cocos pequeños y tiernos, roídos en su base por las ratas. Poco a poco se están trasladando a los otros cayos; y si no se pone remedio pronto, quizá no esté lejano el día en que de los cayos solo las vivencias se vean sobre la manera que los forman.

Y es una lástima, porque los cayos son lindos y fértiles y pueden con poco esfuerzo y mediano desembolso convertirse en sitios de turismo, agregando a sus habitantes un medio más seguro de vida y propiciando para el Estado, con el tiempo, no solo un capítulo bello y eficaz de propaganda si no una fuente de recursos. Los vecinos de Puerto cortés saben de las delicias de aquellos sitios, donde han ido en días de campo, y algunas veces, de temporada.

Los cayos tienen actualmente una población de treinta personas, de las que veinticinco son niños de escuela que están clamando por ella: muchos estudian en Belice y han huido de los cayos definitivamente, o se ausentan por el período lectivo.

Fuente: El Dominio Insular de Honduras, en Investigadores de la Geografía Hondureña, Noé Pineda Portillo, Academia Hondureña de Geografía e Historia.