CAPITULO I
Lo que deseo referirles es un cumulo de recuerdos casi ya borrados de mi mente, de una época en que Tegucigalpa apenas contaba con 30 años de ser Capital de la República, porque no debe olvidarse que esta ciudad fue declarada Capital en el año de 1880 por el Gobierno Reformador de Soto y Rosa; así que, permítanme hablar de lo poco que recuerdo desde 1910, cuando apenas yo era un niño.
Los límites de esta ciudad al oriente eran el Barrio del Guanacaste, que fue bautizado por el nombre de este árbol que estaba plantado en la terminación de esa calle, ya que entonces no existía puente, sino la corriente del Rio Chiquito.
Al poniente de la ciudad, el Barrio Abajo, formado por unas pocas casas de humilde construcción, cercadas estrechamente por robledales y pinos.
Al norte, La Leona, donde se alojan solo personas de pobre economía, así que era la parte mas desagradable de la ciudad. Me contaba mi madre que allá por 1905 ó 6, vino un alemán llamado Gustavo Walther, quien pronto estableció amistad con el General Manuel Bonilla, presidente de la Republica, y una vez que se encontraron en el Parque Central, el doctor Walther mirando hacia El Picacho, le manifestó al Mandatario que estaba dispuesto a establecerse en esta Capital, para prestar gratuitamente sus servicios como médico y, que deseaba comprar un terreno como de unas cinco manzanas, donde construiría una hermosa casa para habitación y despacho. El General Bonilla sonrió por la ocurrencia del alemán de irse a vivir a ese lugar tan agreste y lejano como las faldas de El Picacho. Además, le advirtió, que se aseguraba que en aquellos andurriales tenia su guarida
una Leona feroz que había devorado varias personas que se atrevieron a ir a ese extraviado lugar… Pero Walther se rio y dijo que él era un buen tirador y que no temía a animal alguno y fue entonces cuando el Mandatario le cedió las manzanas de terreno que él solicitaba. Allí edifico una hermosa casa de piedra y lodo (sin utilizar la mezcla de cal y arena como se acostumbraba). Todos los albañiles capitalinos dijeron entonces que la casa se vendría abajo con los primeros aguaceros, pero el edificio después de más de medio siglo sigue en pie. Allí quedo establecida su vivienda y su clínica que años después fue muy visitada.
Viendo hacia el sur de la ciudad, no era mucha su extensión, ya que las casas de Comayagüela –la ciudad gemela- en forma ordenada no se extendía más allá del hoy Parque de La Libertad. Recuerdo que doña Toña Verde tenia una lechería antes de llegar al referido parque y, mucho mas allá o sea frente donde hoy se levanta <El Obelisco>, el doctor Policarpo Bonilla quien –dicho sea de pasada era mi padrino-, había establecido una especie de Hato donde ordeñaban y se vendía leche al pie de la vaca; los tegucigalpas íbamos a aquel lugar, como hoy podríamos ir a un sitio tan lejano como Suyapa.
El centro de Tegucigalpa hacia el sur, tomado con la manzana que hoy queda el Banco Central, donde en la parte sur se localizaba la <Caja Nacional> o sea la hoy Tesorería General de la Republica; hacia el oriente le seguían casas particulares entre las que se encontraban la fotografía de don Manuel Ugarte, negocio que para llegar a él, había que subir una gradería a cuyo final y en la parte alta se leía, escrito de imprenta, el siguiente anuncio:
“subiendo estas gradas vera los retratos, y le bajaran ganas de ser retratado que poco le cuesta para una conquista y asunto arreglado…”
La esquina noreste que hoy ocupa el Banco Central pertenecía a don Daniel Fortín, hasta la mitad de la cuadra hacia el sur poniente, en lo restante de la cuadra vivía doña Mercedes viuda de Fiallos y sus hijos, familia poseedora de una gran farmacia cuyo nombre era <Reunión>, que miraba justamente a la nueva Casa Presidencial.
Frente a la manzana que acabamos de describir y viendo hacia el oriente, -calle de por medio- en la planta alta se ubicaba la Casa Presidencial, Salón de Retratos y otras oficinas del Estado. En la planta baja, había una especie de cuartel que con el devenir de los años se convirtió en Escuela de Cadetes, dirigida por el Coronel Luis Oyarzún de nacionalidad chilena.
Ocupaban el centro de la ciudad los establecimientos comerciales de Santos Soto, José María Agurcia, Daniel Fortín, Nicolás Cornelsen, Juan Stradman, Antonio Ch. Waiss, J. Rossner y Cía., el Gallo de Oro de Pablo Uhler; los Mansours, Rafael Quan & Cía., Nicolás Facussé, Juan E. Galindo, Carlos Lainez, Dick Morales, Luis K. Pouhrdon, Dionisio Galindo, Gabriel Kafati; mas alla los negocios de Ricardo Streber, Teodoro Kóhncke. Alejandro Mayer, Coronado Henríquez, <La Coqueta> de Santos Soto, la joyería de don Antonio Lazari, <Bazar Violeta> de la señorita Carlota Membreño y la tienda de doña Rosa de Rosa.
CAPITULO II
¡TEGUCIGALPA, Centro mimado de mi querer!
Síntesis de mis contentamientos y desesperanzas; de mi quimera y realizaciones… ciudad paradójica que, a pesar de sus genuinas dignidades, desconsolaba verla desnuda e indiferente, de espaldas vueltas a la cultura, al progreso, a la natural evolución de los pueblos de América…
Calles que acusaban de negligencia, empedradas y aceptadas así por la fuerza de la costumbre. Aquí y allá plazoletas que servían de sesteadero a mulos y burros que diariamente entraban con el combustible para los fogones de los hogares citadinos.
La capital seguía siendo una aldea rezagada por falta de vías de comunicación que aislábanla del mundo exterior. Sus moradores empobrecidos y enfermos por causa de inescrupulosos políticos vivían apegados a la frase conformista: ¡a mi que me importa!... veían hacer y deshacer si que nada para ellos tuviese significado meritorio: ese indiferentismo era un mal latente que no ofrecía resistencia, pero que ahí estaba infiltrándose, anulando la voluntad, la energía, el anhelo.
Tradicionalmente Tegucigalpa ha sido siempre hospitalaria, con clima y agua potable deliciosos; su irregular ubicación sugiere que fue construida negligentemente en la misma aldea de mineros ahora llamada “TEGUCIGALPA”, prendida en las faldas de un cerro opulento y misterioso con entrañas de plata, donde la tradición asegura vivía una leona de gigantescas proporciones, pactada con el mismísimo demonio.
Altos y bajos por doquiera acentúan el pintoresquismo de la capital: la Cuesta Lempira y Buenos Aires; las faldas de La Leona: el ascenso de Las Delicias; el Barrio de La Hoya –sótano de la ciudad- la subida a la hoy Colonia Palmira… el conjunto realiza la belleza panorámica de Tegucigalpa.
La <villa de San Miguel> como aun algunos llamaban a la capital, parecía estar subordinada a ruidos tediosos y bochornantes. No mas ocurríasele a cualquier hijo de vecino rendir al sueño, cuando cualquier perro lanzaba el primer ladrido, a éste seguíale otro y otros, hasta que encendíase el entusiasmo de la comunidad perruna. De ahí en adelante muchos no cesaban de ladrar, porque como los gallos, los canes siéntense obligados a responder a sus congéneres. No era fácil para los que pretendían dormir, controlar los nervios hasta apaciguarlos con la complicidad de Morfeo.
A las 3 ó 4 de la madrugada, plás, plás… quiqui-ri-quí… El bendito gallo fustigándose los flancos con el rigor de sus ponentes alas, cantando en los meros oídos de sus adormiladas concubinas, para divulgar que la aurora ya empezaba a teñir su rostro de nácar y de purpura… con semejante diana multiplicada sabe Dios por cuanto, el sueño se espantaba antes de las cinco, porque era entonces cuando acababa de ahuyentarse por el <din, dan> de los bronces llamando a fieles a rezar el primer Ave María. Venia un intervalo en el que si no tomaban parte los jolotes con tridentes y explosivos granizados, hacíanlo uno con otro jumento con su rebuznar horométrico.
En los barrios de las ciudades siameses, especialmente en <La Chivera>, berreaban los cabros disfrutando de irrestricta libertad que dábales arresto a que vagabundeasen a sus anchas por las entonces cunas de poetas, bohemios y generales…
Frecuentemente y antes del mediodía volvían a sonar los bronces llamando a novenas, sufragios, rosarios o misas de difuntos. Luego hacíase un intervalo hasta las doce, hora en que se echaban a vuelo para recordar el segundo Ave María. Después. . . permitíanseles a los capitalinos tomar en paz la corrida siesta.
Pero ahí estaba nuevamente el repique de campana a las 4 para anunciar el trisagio, las <Flores de Mayo>, rosarios o algún bautizo. A las 6 para marcar el Angelus Domini. Era entonces cuando hacia su cotidiana aparición el <farolero>, quien portando escalera, y acompañado de ayudante que cargaba embudo y recipiente con <gas> (petróleo) encendía los candiles que con <luz de enamorados>, borraba la diurna opacidad de los faroles, para darles nueva vida: ¡viuda evocadora de románticas noches coloniales!...
A esa misma hora y a lo largo y ancho de la pequeña ciudad, colocados aquí y allá en céntricos lugares, encendíase los focos de <luz de arco> a los que, todas las mañanas, había que cambiarles carbones. Raros éramos los chicos que no tuviésemos pendientes de esta operación, prestos a recoger los pedazos que luego utilizaríamos para dibujar en las aceras cuadros y números para el popularísimo juego de rayuela.
A las 8 de la noche reincidían las campanas anunciando el ultimo Ave María. Después dábase oportunidad a los duende y fantasmas, para que por las pobremente alumbradas calles de la ciudad de los padres Reyes y Vallejo, merodeasen a su entero gusto…
Para nosotros, gustadores de dormir a pierna suelta hasta bien entrada la mañana, aquellos ruidos parecían molestos y enfadosos. Mas, ¡cuan distinto sonaban para los capitalinos maduros, que habían crecido con ellos y que formaban parte de su vida misma!, bullicios que en sus noches sin sueño, traíales al recuerdo horas felices disfrutadas aquí y allá en esa ciudad bendita, que fue la Tegucigalpa que conocí yo de niño.
También gozaban del madrugar repique de campanas y del cloquear de gallinas al bajar de los arboles donde dormían aperchadas, cuyos ruidos eran como reloj para el continuo mañanear y preámbulo del humeante desayuno que generalmente servíase, parte en sartencitos: uno conteniendo huevos estrellados en mantequilla blanca; otro con frijoles fritos, y un tercero ya fuere con chorizos refritos, o con el delicioso <sarten> preparado con cuajada fresca, huevo, mantequilla rala y chile dulce. El quesillo o el queso duro de tajo siempre estaban presentes acompañando a las tortillas acabadas de echar, el café aromático, tostado y molido en casa y, desde luego el <pan de yema>, ya fuere de donde las inglesas, las Vásquez, las Valeriano, o la niña Chenta. Mas, cuando el bolsillo se ponía liviano, el pan de yema era sustituido por las ricas y baratas <chambergas> o por las galletas simples de donde las Padilla. Si la familia estaba en la real quema, siempre alcanzaba para un pan dulce o de <medio aliño>, para las confortables patonas, las semitas de manteca de a dos centavos, o los famosos rosquetes de igual precio.
El sábado, día de la Virgen, se desnudaba de sus hojas de plátano el clásico NACATAMAL de las Garay, las <Chompinas> o las Canizales aderezándolo con limoncito y chile <pico de pájaro>. Y había barbaros quienes aseguraban que el nacatamal era <veneno> si no se le rociaba con un buen trago de café negro y muy caliente que, sorbo a sorbo saboreábase para no quemarse <el pico> y comentar largo y tendido, en animada platica, la vida y milagros de la gran familia tegucigalpense.
Amenos eran los tiempos de comida, especialmente el de la cena cuando se comentaban los acontecimientos importantes del día; se planeaban las reuniones de cumpleaños; exponíanse pareceres sobre los <estrenos> para la celebración de las fiestas mas próximas. Hablábase con sordina del movimiento revolucionario que fraguase contra el Presidente turno.
“Ya viene el circo López –se balbucía- y esa es la señal segurita de que la revolución se acerca”.
Serapio Lopez no solo venia a divertir al publico con sus payasadas, sino antes bien para averiguar solapadamente, con cuanto contingente humano y armas contaba el gobierno; además traía correspondencia de los enemigos del régimen.
Es mejor –se afirmaba- que mañana mismo demos principio a las compras de mantenimientos, y que sean suficientes para unos cuantos meses, porque ustedes saben que <El Negro> para revoluciones es mas necio y porfiado que un cabro en primavera.
Tal el alma, la fisonomía, las costumbres de la ciudad que vio nacer a muchos de nuestros próceres, y que algún hondureño anónimo del siglo XX llamo <LA CIUDAD DE LAS NEBLINAS>, porque desde que se presentaba octubre hasta que se despedía enero, todas las madrugadas Tegucigalpa era arrebujada por su sudario blanco y frio…
Capitulo III
En el atrio de una de las más viejas iglesias de Tegucigalpa __reliquia histórica__ a la que no mucho se demolió la torre de su campanario, para dar belleza, según los sabios criollos, a esta ciudad, cuyo atractivo descansa, precisamente en su fisonomía colonial. El 9 de noviembre de 1899, y ara hacer más preciso, minutos antes de las 6 de las mañana, un corro de abuela de briosas lenguas, con fustanes saturados de naftalina, alcanfor y agua de florida, al salir del templo de San Francisco de oír misa y recibir la sagrada comunión, discutía con voz chillona y nerviosa, la manera de evitar que esa tarde, en es misma iglesia, una dulce jovencita católica se uniera a un matrimonio Alemán "Que había protestado de Dios"... Seguramente, "El villano, había sorprendido a la inocente niña con su gallarda figuara y su acento extranjero que entonces era <<Sésamo ábrete>> al corazón de las damitas capitalinas"...
Una de aquellas vetutas confabuladas, nudosa, delgada amarilla como el bambú, cara de machete taco, voz de zanatería revuelta, impuso su voluntad: Vendrían todas esas mismas tarde en unión de parientes y amigos a impedir que se reálize la boda.
Notificado de la intención del grupo por la chigüina con vocación de espía, salió el cura al atrio y despues de escuchar las pacientemente explicó que, en religión, <<protestante>> no quiere decir que niega o se pone a las doctrinas de Jesús, sino que pertenece a un conjunto de religiosos partidarios de la reforma cristiana, y que por ello la iglesia católica no objeta tales uniones.
Así en la tarde de aquel 9 de noviembre se llevó a cabo con toda pompa el matrimonio mixto entre don Carlos Hartling, de nacionalidad alemana y más tarde compositor de la música del Himno de Honduras, y la inteligente señorita Guadalupe Ferrari, hondureña de las más distinguidas familias Tegucigalpenses, y quien con el tiempo escribíria la obra <<Recuerdos de mi vieja Tegucigalpa>>.
En la cena ofrecida a mi madre en la noche siguiente a nuestro regreso de Olancho, hallábanse entre los numerosos concurrentes únicamente parientes de la familia Rosa, que hacia años no se sentaban a la mesa con nosotros. Y no es que se les descriminase por la falta de plata o por su aspecto ramplón. ¡Que va!... Es que, desde que su fortuna vino a menos, emigraron a su pueblo natal, Sabana Grande, donde aún les quedaba techo propio y una parcela de tierra que incluía una mina que, felizmente, vendieron a buen precio. Tal el motivo de su regreso a la capital, que coincidió con el nuestro.
Mama Rosa, desde el comienzo de la cena monopolizó la palabra para exaltar las maravillas de la tierra olanchana. ¡Qué flora! ¡Qué fauna! A mí me pareció que ella exageraba un tanto al referirse a la cantidad, tamaño y agresividad de las víboras y a la frondosidad de la selva...
La primera Nicolasa, encargada de la cena, mostrábase apenada porque los manjares no eran de losmás selectos y dignos de servirse en tal ocasión y con mucha frecuencia se excusaba de ello.
__Es que aquí nada se consigue, todo escasea, el país no da para más...
__Por favor, agregaba, ¡sírvanse disculpar!... Conociendo su tacañeria, la disculpa estaba por delante...
Al escuchar que la zarca Nicolasa repetía tantas veces poca convincente excusa, una de las visitantes recordó un suceso que la hizo sonreír, luego púsose en pie y dijo:
__¿Por qué, dilectos parientes, no me permitís que os refiera una anécdotadel ilustre soldado centroamericano, cuya figura ecuestre honra con su nombre y da lucimiento al más visitado jardín de la capital?
__¿Faltaba más, Pulqueria... Habla, que aquí estás en tu casa, replicó mi madre entusiasmada y con tono afirmativo__; luego posando su mirada de águila en el lugar donde estábamos los chicos __recalcó__: ¡A comer callados; no acepto interrupciones!... ¡Ya me conocen!...
__Se trata de un convite al General Morazán__ dijo <<La Bachillera>>, afianzándose los anteojos y tratando inútilmente a afinar su ronca voz.
__"Esto acontecía en los buenos tiempos de la federación y en la ciudad de San Salvador. El Cónsul de Francia, don A de Michelín, había invitado a comer a su casa al Presidente, General Francisco Morazán, y al de igual grado, Isidro Saget. Durante la cena el señor Cónsul francés se excusaba a menudo, no por haber podido obsequiar al ilustre centroamericano con manjares más selectos y más dignos de tan conspícuo huésped, repitiendo constantemente: "Dispense usted, General, pero el país no da para más, todo escasea, nada se consigue..." El General Saget no halló de sus gusto las excusas de Cónsul Francés, y en sus adentros juró vengarse de su paisano".
__Al cabo de pocos días aconsejó al General Morazán formular una invitación al señor Cónsul Michelín y prometió encargarse él mismo de la comida, con el primordial objeto de dar una buena lección a su a su conterráneo. Como legítimo francés, Isidro Saget entendía mucho de cocina y se esmero en preparar un banquete verdaderamente opíparo, concretándose a usar los comestibles que pudiera suministrar el Estado de El Salvador".
__"Llegó el día esperado y la sorpresa del Cónsul francés no tuvo límites. Cada vez que se servía un nuevo manjar exclamaba estupefacto: ¿"Pero, señor General, cómo ha hecho usted para encontrar esas verduras tan deliciosas que se parecen a las mejores del París? El General Saget se apresuraba a contestar: "Esas verduras, señor Michelín, se encuentran en el país. Son genuinamente Salvadoreñas". Luego servían carne de ternera horneada; ostiones, pescado de mar y de agua dulce; tepescuintle asado, con variedades de salsas; palomitas de monte con repollo, imitando como sirven las perdices en Europa; codornices al horno. Veían como postre: Almíbares de mamey, duraznos en rica miel, jalea de membrillo, café y crema de nance".
__"Cada vez que el Cónsul se le servía un nuevo manjar exclamaba sorprendido y satisfecho: ¿Cómo han conseguido ese pescado tan delicioso como la trucha? ¿Dónde lograron esta especie de liebre muy superior a las nuestras? (se refería al tepescuintle). ¿Y esos pajarillo al horno, tan similares al faisán? (se refiere a las codornies) ¿Son importados?" No paisano, intervenía Saget, todo lo que esta noche se ha servido aquí, es producto genuinamente salvadoreño, lo da el país..."
__"El señor Cónsul Michelín salió del convite con el estómago satisfecho, pero al mismo tiempo avergonzado por saber que él tenía excusa por la mezquina comida que había ofrecido al primer soldado centroamericano, pretextando la pobreza en alimentos de un país que apenas venía conociendo".
__Debo aclarar __afirmó tía Pulqueria, mejor conocida en círculos literarios como <<La Bachillera>>__, que esta historia que os he narrado, es rigurosamente auténtica, la leí en el diario <<La Paz>>, del 25 de noviembre de 1877, editando en esta capital hibuerense, también agregó en su descargo, que ni lejanamente abrigaba al referirla, deseo de alguno ofender a su sobrina la zarca Colacha, que le parecía parecer la única responsable de que nada pudiera conseguirme en plaza, porque todo escaseaba... y sonriendo se sentó.
Celebróse con nutridos aplausos el oportuno relato de la tía Pulqueria quien __como podrán observar los lectores__ tenía la manía de hablar <<En difícil...>> Por lo demás era una persona erudita, de claro entendimiento y se mantenía bien informada de lo que acontecía dentro y fuera del país.
Enterados los concurrentes de la elocuencia narrativa de la tía, a voces pidiéronle que refiera otra historia o que declamara. Ella, a su vez, excitó al poeta Ramón Cubas Alvarado, a recitar algunas de sus propias poesías.
Ramón no hizo rogar; su temperamento no lo permitía. Luciendo orgullosamente su blanco y bien tallado traje de cadete, arriscó hacia atrás su lisa cabellera, y exclamó entusiasmado:
__Voy a recitarle un poema que acaso no es el mejor que he escrito, pero tiene el merito de ser el más grato a mi espíritu.
SALUTACIÓN MATINAL
¡Buenos días, mañana! ¿Qué me traes ahora en la brisa que pasa musitando a mi oído? Su lenguaje no entiendo por no haberlo aprendido ni en la Biblia Sagrada, ni en la Ciencia pagana, ¡Buenos días mañana!
¡Mi ventana esta abierta! para darte cabida cual si fuera una rosa que con ansia ahí espera un rayito de sol... Entra a darle a mi estancia tu calor conque sueña canta cosa está yerta, Mi ventura está abierta
¡Mañana de hogaño! de mi antigua leyenda de cuando era yo un niño por senderos de luz. ¿Que me dicen tus alas de ese cielo trasluz? Yo no se si en sus ritmos hay la gracia del antaño, ¡Mañanita de hogaño!
¡Cómo en tiempos remotos! ha cantado una alondra entre tules de ensueño y entre frondas de seda, y hay rumores de fiesta por la vasta alameda donde alzan solemnes, pensativos los lotos ¡Como en tiempos remotos!
¡Buenos días, mañana! ¿Que e traes ahora en la brisa que pasa musitando mi oído? Su lenguaje no entiendo, por no haber aprendido ni en la Biblia Sagrada, ni en la ciencia pagana, ¡Buenos días, mañana!...
Después de los aplausos y felicitaciones al poeta, mi hermana Amelia __¡15 floridas primaveras!__ intervino.
__No es mi intención hacer un relato o revisar versos.
Voy con mi hermano, Antonio, a obsequiar a nuestra madre un frasco que contiene pepitas de oro del Guayape. esperamos que sea suficiente para confeccionar el collar que ella desde hace mucho tiempo desea. Huelga decir que nos costó muchas privaciones y sacrificio reunir estas pepitas de oro..., pero como tratábase de nuestra madre, valió la pena el esfuerzo... dijo al tiempo que mostraba ¡MI BOTE! ¡MI BOTE! de pepitas del precioso metal, que ella en nada había contribuido para conseguir!
¡Mi madre, emocionada, recibió el regalo y "a mi también" me llamó para besarme y abrazarme.
¡Ah, cómo ahogaba en mi hígado la cólera contra mi hermana! Ya vería esa, a quien cariñosamente llamaban <<Negra>> cómo me vengaría de ella. Mientras tanto, como anticipado le dí a a la pasada un fuerte pellizco, sin alcanzar acertarle un machucón. Ella, en cambio, ostentaba la sonrisa del triunfador.
Servido el postre y luego café, mama Rosa estimó oportuno levantarse para agradecer la cena y dar a fin a la velada.
CAPITULO IV
La Tegucigalpa arcaica dormía plácidamente en el sube y baja de sus laberínticas calles, anidaba por capricho en los riscos del Picacho, prominencia que le sirve de valladar en tiempo huracanado y y de eficiente ventilador en los mese caniculares.
Serían como las tres de la madrugada, cuando de una fiesta regresaba a su hogar el General Florencio Xatruch, militar cuyo nombre ha recogido la historia centroamericana, cómo el del jefe más bravo y eficaz que, a la cabeza de una columna de hondureños, luchó con denuedo en Nicaragua contra el ejército invasor del filibustero William Walker.
Al entrar Xatruch en su casa se sorprendió al ver a su esposa, Doña Carmen, sentada en la sala y bastante inquieta.
__Pero mujer! ¿Qué demonios estas haciendo levantada a estas horas?
__Esperándote, Florencio, esperándote par decirte que te escondas porque no tardan en entrar los INDIOS.
__¡Ah! __expresó el General midiendo a trancos la sala y mesándose las barbas__ Xatruch va a esconderse de los indios, eh? Has olvidado que estás casada con uno de los militares más fogueados de Honduras? Recuerda, mujer, que yo soy de los pocos a quienes cada ascenso le cuesta una herida recibida de frente. También bueno es que tomes nota de que en mi diccionario no figura la palabra... miedo.
__Por Dios, Florencio, no seas porfiado ¡Escóndete!
__¡Deja de tonterias, mujer! anda pronto a prepararme una taza de café bien cargado y capaz de chamuscarme la lengua; pero antes, dime: ¿Quién te dio esa información?
__Paula, hombre, Paula la cocinera, anoche cuando habías salido, un muchacho le trajo un papelito de un tío suyo en el que le informaba que esta madrugada entrarían los indios y que no sólo saquearían Comayagüela sino que también Tegucigalpa.
Xatruch no esperó una palabra más; urgido como estaba por averiguar por si mismo la verdad, no perdió tiempo en mudarse de ropa; echóse sobre los hombros su capa española de grueso paño negro, cogió su larga espada y montando rápidamente en la bestia que él mismo ensilló, dirigiosé a galope hacia la parte sudoeste de la ciudad, zona por donde generalmente invadían los indios curarenes.
Su briosa yegua blanca, tan blanca como el armiño en la época invernal, manoteaba en medio del chisporrotear de sus herraduras al herir el fino empedrado, con esa elegancia de las bestias de puara sangre.
Caballero y cabalgadura formaban una sola estampa fantástica, que desadormeciendo la inquietud de la noche, como un meteoro atravesaba las mal alumbradas calles capitalinas.
Cuando al paso veloz de su yegua, Xatruch dejaba las últimas casas de comayagüela, vio venir en la penumbra sobre las faldas y crestas de unas colinas cercanas, centenares de hombres desnudos de la cintura para arriba, blandiendo relucientes machetes.
La luna, el astro de los poetas que habían permanecido aculto tras densas y enlutadas nubes, queriendo entrar en la escena, asomó un minuto no más su cara bonachona, tiempo preciso para que los indios curarenes vieran en aquel jinete fantasma, la inconfundible figura de SAN MIGUEL ARCANGEL, PATRONO DE TEGUCIGALPA, quien, segun ellos creían, en otra ocasión apareció con igual indumentaria, para combatir victoriosamente numerosas tropas que por asalto pretendían tomar la plaza de Tegucigalpa.
El pánico cundió entre la indiada agresora, y como si se tratase de un movimiento ensayo, arrojaron los machetes y se arrodillaron bajando la cabeza en señal de humildad y su misión...
La agilidad mental de Xatruch le permitió interpretar la increíble escena que bien supo aprovechar. Blandió su larga espada que los plateados rayos de la luna se encargaron de agigantar; luego gritó con voz atronadora:
__Indios curarenes: ¡Volved ahora mismo a vuestro pueblo! No tratéis nuevamente de provocar mi cólera porque entonces sí os cortaré la cabeza!... Id, con Dios, hijos míos, que por esta vez quedaís perdonados!...
Y cuando las nubes plúmbeas volvieron a cubrir la faz del nacarado satélite, la neblina madrugada se tragó la figura de Xatruch, El Arcángel!...
CAPITULO V
__"20 de diciembre de 1902. En el resultado final para las elecciones presidenciales, ninguno de los tres candidatos obtuvo mayoría absoluta... Como el General Bonilla creyera que Arias y Soto trataban de adueñarse del poder, ya que, unidos en el Congreso se confabulaban contra él, su rebelión no se hizo esperar y así principió en la Isla de Amapala el 1° de enero de 1903, culminando con la entrega de la plaza de Tegucigalpa el 13 de abril de dicho año".
Sobre estos mismos sucesos más tarde escribiría un hombre alejado de nuestra política, el español Luis Mariñas Otero, en su interesante obra titulada <<Honduras>>.
"Al terminar su período y prohibiendo el texto constitucional de 1894 la reelección presidencial, celebráronse unos comicios en los que compitieron tres candidatos, sin que ninguno tuviese posibilidades de obtener la mayoría absoluta, lo que colocaba a la sierra en el papel de <<árbitro>>.
Las elecciónes fueron muy disputadas y ninguno de los tres candidatos, obtuvo la mayoría absoluta; el General Manuel Bonilla __ya decididamente apartado del Partido Liberal__, Juan Angel Arias, a quien apoyaba Sierra y el ex-presidente Marco Aurelio Soto, correspondiendo la relativa a Manuel Bonilla, que obtuvo 28.550 votos, frente a 25.118 de Arias y 4.857 de Soto".
"Tal situación, en el que el candidato oficial, no obstante las presiones a su favor, no pudo imponerse, va a plantear una situación que se producirá veinte años después con trágicas consecuencias".
"Los diputados de los candidatos minoritarios se reunieron y eligieron mesa provisional del Congreso sin contar con los bonillistas, ante lo cual su caudillo acudió al recurso del pronunciamiento militar. Sierra hizo entrega del poder a Arias y el Congreso lo eligió Jefe de Ejército".
"La guerra civil vuelve a asolar Honduras, contando los partidarios de General Bonilla con el apoyo del presidente Regalado de El Salvador y los aristas con el de Zelaya".
"Varios meses de guerra sangrienta y sin cartel dio el triunfo a Bonilla, que el 13 de abril de 1903 entró en Tegucigalpa deponiendo a Arias, que hubo de asilarse".
"Era Manuel Bonilla un veterano de las guerras civiles de la época anárquica de Honduras, habiendo recibido su bautismo de fuego en el sitio de Comayagua en 1873, unido a Policarpo Bonilla en su primera época en que desempeño la cartera de guerra; se separó de su homónimo en 1897, constituyendo un núcleo personalista que, aunque en cada difería ideológicamente del de Policarpo Bonilla, comenzó a ser tildado de conservador".
"Electo presidente después de la triunfante revolución de 1903, hubo de haber frente a la oposición decidida, y sistemática, que en el Congreso organizó su antiguo correligionario Policarpo Bonilla, lo que lo llevó a asumir la dictadura, clausurar el Congreso y arrestar a Policarpo Bonilla, que fué condenado a diez años de cárcel, aunque en 1906 pudo huir a Nicaragua, donde se dedicó con el apoyo de Zelaya a conspirar contra el presidente".
"Manuel Bonilla abrogó la constitución de 1894, dictando un nuevo texto en 1904, que entro en vigor dos años después al cesar el estado de excepción".
"Como político demostró Bonilla su buena intención y sincero patriotismo, pero también su incapacidad para ponerse a la altura de la nueva época que había comenzado en el Caribe a partir de 1898".
CAPITULO VI
Desde donde comienza mis recuerdos __y de esto hace ya muchos__ el Gobierno Municipal ordenaba por medio de pregones a <<bando>>, que en la primera semana de septiembre se blanquearan las casas y se procediera, en la parte que correspondía a cada una, a desyerbar la calle, en miras a que, en las celebraciones patrias la ciudad resplandeciera con nitidez.
Como el Parque Central ha sido y sigue siendo lugar predilecto para esta clase de festividades, desde el 221 de Septiembre las calles que convergen a dicho jardín, se adornaban con gallardetes de papelillos que se colocaban a todo lo ancho de las mismas, fijaban banderines en los postes y partes altas de las esquinas de las casas, asimismo se engalanaba con pino en ramas la baranda del parque y <<despicado>>, en las vías de este jardín.
Con las fiestas de Mercedes empezaban las celebraciones septembrinas, prolongándose hasta el 4 de Octubre, día de San Francisco y onomástico del General Morazán.
Las vísperas del gran día de la Patria celebrábanse con un paseo de la Banda de los Supremos Poderes por las principales calles capitalinas ejecutando alegres marchas. Este recorrido sólo se detenia frente a Palacios y Casa Presidencial para que, a los acordes del himno se izara el Pabellón nacional; por la noche en el Parque Central el concierto y en el cine público hacía las delicias de los concurrentes.
El mero 15 a las 6 de la mañana, el cañon en su potente voz despertaba al vecindario, y durante ese día, estas detonaciones sucedían cada hora. Entre 8 y9 de la mañana todas las escuelas y colegios hacíanse presentes en el Parque Central, para dar principio a las festividades cantando el Himno Nacional.
No faltaban en los corredores del cabildo frente al Parque, o al pie de la estatua del Prócer, los oradores exaltando la efemérides de nuestra emancipación de España.
Después del último discursante oficial y a petición del pueblo seguida por nutridos aplausos, subía a la tribuna el sempiterno <<orador>> Cubitas, hombre de baja estatura, encorvada espalda y abultado pecho; año con año, dada la nota pintoresca de estas festividades, repitiendo palabra a palabra, la elocación pronunciada en la capital Salvadoreña, el 15 de Septiembre de 1882, por el orador más elocuente que Centro América ha escuchado: ALVARO CONTRERAS.
__¡Estamos __gritabas cubitas, __como suyo__ en presencia de la personificación en bronce del primer héroe centroamericano!... El cincel del artista ha venido a inmortalizar la noble imagen del hombre extraordinario que por maravillosa manera supo improvisarse en el señor de la victoria, el númen del patriotismo, el genio de la libertad, el inmortal favorito de la gloria!...
Aquí callaba para escuchar emocionado los ensordecedores aplausos y continuaba el popular Cubitas, repitiendo una a una las bien memorizadas frases del discurso del conspicuo orador, glorificado ya en la literatura centroamericana.
Seguía el paseo cívico en recorrido de las principales calles capitalinas yendo a la cabeza el señor alcalde, portando el Pabellón Nacional; el señor Presidente de la República con su gabinete; los miembros de la Corte Suprema de Justicia; la directiva del Congreso Nacional, en representación de Lejislativo; El Tribunal Superior de Cuentas, los miembros de la Corporaciones Municipales de Tegucigalpa y Comayagüela, otros altos funcionarios y empleados públicos; estudiantes, obreros y el pueblo, ese pueblo, jacarandoso que hacía valla a la Banda de los Supremos Poderes que ejecutaban alegres marchas.
Disuelto el paseo cívico, iniciábase en la acera de la Alcaldía el tradicional <<GUACALEO>>, es decir, obsequio al pueblo con la bebida nacional.
De antemano, alineados en fila india, habíanse colocado diez ventrudas garrafas rebosantes de la tentadora savia de la caña. Veíanse blanquísimo guacales sobre una mesa igualmente blanquísima.
El señor Alcalde era quien iniciaba el <<guacaleo>>, o en sus lugar alguna persona de prestancia. El año a que me refiero, 1907, fue el popularismo General Dionisio Gutiérrez el primero en tomar el cañazo. Acto seguido el pueblo le gritaba entusiasmado: "¡Viva el General Gutiérrez!" En gesto populachero, el militar secábase bigotes y barba con el dorso de la mano y sonreía satisfecho por su arrastre de simpatía popular... Y entonces no faltaba un chusco que se excediera gritando: ¡Viva el General Cabro Prieto!, sin que esto mermara el buen humor y el atractivo popular del General Gutiérrez.
Autor: M. Antonio Rosa